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en un el silmin e mis plurwante que le para. Con el deseo de fijar bien la fisonomía de algunos de los académicos, especialmente de anellos de quienes había oído hablar desde niño, curas obras habia leido y a quiemes admiraba de tiempo atrás, levantalın la cabeza de enando en cuando y maquinalmente volvia inclinaria. Tal era la impresión de respeto que me producir la vista de aquellas cabezas blancas, de aquellos sabios, de aquellos granules de España. en letras. El Gran Galento, Los Heterodoxos, Velásquez, Pepita Jiménez. Fortunato Jacinta, Penas Arriba, los Gritos del Combate, el Nudo Gordiano, la llarmonia entre la ciencia y la fé, los sonetos clásicos. iban desfilando en mi memoria y tomaban los mismos cuerpos almas que alli presente estaban. por encima de aquellas cabezas y por ins ámbitos de aquel salón parecíame como si flotaran las sombras de Felipe V, creador de la Academia, de los Marqueses de Villena, Duques de Atla. Escalona, Rivas y Vieasio Gallego, artínez de la Rosa, Alberto Lista, Bretón, Hartzembusch, Donoso Cortés, Tamayo, Zorrilla, García Gutirrez, Castelar y tantos otros varones ilustres honra de la Academia y de las letras españolas.
En las sesiones que yo asistí liscutieron los académicos palabras del diccionario y propusieron pinus nuevas.
Allí cada cual contribuye con sus conocimientos especiales. Unos son eruditos, otros poliglotas, éstos sociólogos, aquellos doctos en ciencias naturales, en artes. Un dato: cada académico cobra por sesión diez, veinte treinta pesetas, según sea el número de sesiones que haya asistido.
No es posible que hable sobre todos los académicos, pues traté mos más que a otros; pero de todos conservo recuerdo muy grato. Al terminarse la sesión que asisti la primera vez, muchos de ellos se acercaron a saludarme algunos me porosintar in con interés y cariño por el señor Car, por Rulino Cuervo y por Gómez Restrepo. De Carlos Holguin de cinu Catalina y otros: era un español genuino.
MESÉNDEZ PELAYO Académico de todas las Academias. No le queda libre sino el sábado en la noche, que va teatro. Pasa ya de los cuarenta años y durante veinte estivo de Profesor de Historia crítica de la Literatura Española en la Universidad Central. Es, como todos saben, un santanderino, in montanés Franco y leal. De muy joven era delgado y de tez rosalia y suave, según me decía un amigo de él, que fue su condiscípulo en la Universidad de Barcelona cuando Vilá y Fontanals y Rubio rs, eran Profesores en la célebre Universidad. Hoy Menéndez es un hombre casi obeso y la tez va perdiendo va la frescura de la juventud. Aquel espíritu de combatividad de que estuvo puseido en los primeros años, parece que va amortiguándose un poco, no obtante, que todavía hay en su cuerpo cierta inquietud que revela algo asi como si este hombre no pudiera con todo lo que tiene en el cerebro. No hay exageración alguna en lo que se ha dicho sobre su saber portentoso y su talento singular. Una noche discutían en la Academia la palabra paraninfo.
Menéndez conversaba con don Juan Valera. Habían hablado varios. De repente pide la palabra, hace varias citas y diseurre detenidamente sobre la materia. pesar de que yo he leido todos los libros de Menéndez y vivo sorprendido de su gran sabiduría, esa noche me dejó más admirado que nunca.
Recuerdo que en otra sesión, y es cosa que anoto con orgullo de colombiano, dijo estas palabras, al tratarse de cierto asunto de que no tengo porqué hablar aqui. Por que yo creo, señores, que tratándose de americanos ilustres, hay que colocar en primera línea a Miguel Antonio Caro y Rufino Cuervo.
528 (Continuará)

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