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moral. Hallábase convencido de que en el Evangelio se encerraba la democracia, de que el cristianismo era republicano, de que la legitimidad del poder residía en la razón humana y la sanción de éste en la voluntad de todas las dases, inspirada por la gratitud. Abrigaba el convencimiento de que los majes de la patria dimanaban de una indigestión de teorías y de presunción en al pueblo, y también de la hegemonía de los retóricos, quienes traspasan el feudo charlatanes aviesos y codiciosos.
Un dia en que los sicarios de Fouché y de Collot profanaron públicamente los más sagrados objetos de la religión, nuestro cirujano no reprimió su disgusto, y en el patio y en alta voz execró aquel acto de salvajismo.
Denunciaron los esbirros al cirujano y al día siguiente fue incluído con sus dos nietos en la lista de los condenados muerte.
Suplicó el anciano los guardas, los jueces y verdugos para que no alcanzase su desgracia los niños, proclamó una y cien veces la inocencia de Jas criaturas, pidió de rodillas, vertió abundoso llanto, pero todo en vano; puntapiés y cintarazos le obligaron seguir el fúnebre convoy amarrado con sus pequeños en cuyos rostros se reflejaba el odio a vivir que suplió, entre los perseguidos, al temor la muerte.
Inusitado y grandioso espectáculo, espantable solemnidad y acto de cruelísima venganza habían preparado los comisionados terroristas a sus secuaces de Lyon; doscientos diez individuos serían fusilados aquel día en las afueras de la población, orillas del Ródano, junto una zanja que serviría de sepultura los condenados.
Al llegar la hora del suplicio, todas las ventanas, azoteas y puntos culminantes viéronse coronados por gente ávida de sangre.
Los reos, amanillados y sujetos por larga cuerda, esperaron las balas cantando sin cesar. Sono una descarga inmensa, una nube de humo obscureció la escena y al disiparse aparecieron racimos de cadáveres pendientes de In soga o en el suelo, moribundos, arrastrándose por entre arroyos de sangre y pidiendo voces la muerte. Los nietos de Simón, mudos de terror y con extraviados ojos, esperaron la segunda descarga que les arrebató la vida, mientras que el anciano Creveux, rotas las ligaduras por las balas y acribi.
llado el cuerpo, en un momento de terror y guiado por natural instinto de conservación, echó correr por la llanura chuo hicieron otros heridos. Entonces la caballeria emprendió una persecución inaudita acuchillando y pisoteando a los que intentaron salvarse. En aquel ojeo siniestro distinguiase al anciano Simón, con las blancas quedejas al viento, que corría cual si el vapor le hubiese dado alas; de pronto paróse el anciano; acordóse de sus nietos y el rubor aún tino más de rojo su rostro ensangrentado. Lleno de remordi.
miento y de vergüenza por no haber tenido valor para esperar la muerte al lado de sus dos angelitos, volvió sus pasos hacia el lugar dei suplicio, pero un coracero le tendió de un sablazo. El respeto a la vejez desgraciada contu.
vo al soldado, quien no quiso rematarie, pues el cirujano, con apagada voz y puesto de rodillas decíale: péga, péga, lo tengo bien merecido por faltar a mi deber, por cobarde, por egoísta; al ver que el perseguidor vacilaba procuró el anciano encender su ira exclamando: mátame, asesino, quiero unirme a los míos, soy patriota, creo en Dios. y con este grito postrero entregó su alma al Creador y el cuerpo la tierra.
LUIS COMENGE 541

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