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Durante el almuerzo no se habló de otra cosa que de la famosa pelota de oro.
Coneluido aquél, dijo don Braulio. Bueno Valentín zen dónde diablos tenés la pelota de oro de que tanto me hablás?
No, don Braulio; si no la tengo: si es para cuando me la jaye. para la yegua?
En otra ocasión, como eso de las siete de la noche acerto pasar junto ñor Valentín un hombre montado caballo que iba camino de su pueblo. Verlo el viejo irse hacia él fue todo uno; y con gran sorpresa del Jinete, ñor Valentín tomó las bridas de la bestia y la contuvo. Qué es eso, ñor Valentin. le dijo aquel hombre. åpor qué me. Aguardate, hombré le repuso el viejo mirando de hitn en hito el cuadrúpedo. creo que es esta yegua a la que tengo que darle el recao. dánlose por satisfecho del reconocimiento se acercó a una de las orejas de la bestia y empezó murmurarle algunas palabras al oído. Pero, qué hace uste. le preguntó el desconocido. Ya podés irte. Tenía que cumplir un encargo muy doloroso para esta yegua! esto diciendo se apartó del hombre perdiéndose en la obscuridad.
No bien la yegna había caminado unos cuantos pasos cuando de súbito se para, empieza a menear la cabeza con violentas sacudidas y concluye corcobando terriblemente, dando en tierra con el jinete. Libre de la carga y dando bufidos se lanza aquel animal en carrera abierta sin que fuera posible contenerlo.
Al día siguiente, el dueño de la yegua, envuelta la cabeza en trapos y llena de parches la cara se presentó ante el Juez darle queja de lo sucedido. Señor Juez. concluyó diciendo el hombre. esto no puede ser más que una maldad de ese viejo Sequeira, porque mi yegua ha sido toda la vida más mansa que un cordero. Bien. repuso el Juez. esto se arreglara. Haber; vaya un sereno y me traé aquí ñor Valentín. Lo que es de ésta no se escapa. Lo meto la cárcel. Rato después llegaba ñor Valentín presencia del Juez, el cual con gran severidad le dijo. Reconoce usted ese hombre. Sí, señor Juez. Es el que iba anoche en la yegua. qué fue lo que usted hizo con el animal, que votó este señor. qué se acercó usted al oído de la yegua. Pos le diré: la yegua de este señor es la mama de un potranco que tiene un amigo mío y ayer tarde murió de repente la cría, por lo cual al ver pasar este hombre anoche en la yegun, madre del potrillo, me acerqué ella y le di al oído la fatal noticia. Ella, es claro, a causa del dolor por la pérdida de su hijo se dió a todos los diablos y empezó a retorcerse y gritar.
Qué dice usted de eso. le pregunió el Juez al quejoso. Pos yo nada, señor: que talvez tenga razón. Bueno, ñor Valentín: sé que todo eso es una jugada suya; que no hiny tal madre del potranco ni cosa parecida. Yo no le hago nada si me dice cómo hizo Ud. para que la yegua coreobara, bufara y reventara ese pobre hombre contra el suelo, raíz de haberle hablado Ud. al oído.
Muy sencillo, señor Juez: cuando me aearqué al oído de la bestia lice que le hablaba, pero lo que en efecto le estaba haciendo era metiendole en la oreja un cabo de puro encendido. Octubre de 1904.
ANTONIO ARGÜELLO 591

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