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la diferencia que hay entre los que pintó siendo discípulo y los que pintó cuando ya obedecía su genio especial. Jacinto Octavio me dejó la impresión de un verdadero gentleman. JUAN VALERA pesar de estar ciego y anciano, no falta la Academia ni deja de trabajar, ni falta la tertulia de la Librería de Fernando Fe, de seis siete de la noche. En su larga vida de diplomático ha aprendido tratar todo asunto con la mayor discreción, suavidad y elegancia. Sabe de todo. En la Academia se le oye con atención y agrado. Uno de los lados seductores de aquel anciano pulero y elegante es el de su conversación amenísima. Después de las sesiones y en el saloneito contiguo al salón en que se reúnen los académicos, Juan refiere anécdotas de su vida diplomática que hacen reír por la gracia con que las refiere. veces le hace segunda Manuel del Pa.
lacio que también tiene mucho que contar de Sur América y Puerto Rico.
Cuando estaba yo de Ministro en. el Secretario de la Legación de.
que hablaba algo de español, decía, hablando de las pocas libras que pesaba su señora, que su mujer era muy liviana.
Tras el fraude y los apuros De una quiedra portentosa Viose Juan, no fué gran cosa, Con medio millón de duros. a Dios le dice el muy pillo, Cuando sus culpas confiesa. Me pesa, Señor, me pesa, se golpea el bolsillo.
Blas robó más de un millón, hallándose en mucho apuro muy mala situación Andrés, que era un mal ladrón, Blas robó medio duro. Oh lector! si Ceuta vas, Con un grillete en los pies uno de ellos hallarás. cuál de los dos. Blas?
Pues te equivocas; Andrés, RIBOT En los momentos el placer e manifestaba en mi semblante.
No dejé de ir, mientras viví en Madrid, la Librería de Fernando Fe, de seis siete de la noche, porque sabía que allí encontraba D. Juan, Núñez de Arce, Manuel del Palacio, Manuel Reina y otros literatos que conversaban sobre libros recientes, sobre actualidades, sobre arte y política. Fernando siempre en su escritorio, trabajando. Unos hacían preguntas, otros hojeaban libros y periódicos, Juan hablaba. de cualquier tema que tratara lo hacía con gracia inimitable, con facilidad de expresión y con cierto aticismo que es peculiar al autor de Pepita Jiménez. Habla como escribe. Así me explico por qué ha escrito y escribe tantos libros. No debe costarle dificultad alguna, y de su cerebro deben ir saliendo sin dolores de parto aquellas frases elegantes, delicadas y aristocráticas, aquellos giros y cláusulas de naturalidad envidiable y de soltura lúcida.
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