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Porqué estás solo? Te veo como triste. No sabes ya estar cons nosotros?
El sonrió disimulado y dijo: Si Ud. supiera lo que me preocupa! Estoy pensando el modo de no volverme ir jamás.
Por la tarde salió, y en vez de ir a buscar sus amigos o de dirigirse alguno de los paseos más frecuentados, se fué hacia el río, con el único placer de estar solo, hábito morboso de su alma.
Un día que estaba en su escritorio escribiendo unos versos entró Soledad (su hermana. Mira qué parásitas tan lindas. Quién manda esto? pregunió admirado. ÑO ves, le contestó su herinana, y le hizo notar que había un pequeño papel entre los pétalos. Con ansiedad desdobló la esquela y vio estas solas palabras: Soledad, estas flores para Andrés. Maria. Marta? Cual. Una que nunca se lia olvidado de tí. Pero quién puede ser? Dinne, pues 110 sé que nadie. Es, dijo Soledad dulcemente, es Marta. una niña de quien tú no te acuerdas, tenía nueve años.
Criatura encantadora dulce numen de mente, pura, candida, inocente como un sueño virginal. Ah! dijo Andrés, yo conozco esos versos: son míos. sí míos; y pasó por su mente la imagen de una pequeña artista, de una música muy bella, de una canción infantil. Todo era tan lejano. Sabeis? Mandémosle la canastilla con flores de tu jardin.
Entre las visitas que Andrés tuvo que corresponder, estaba la del padre de Marta. La noche que la correspondió, invitó a Marta que pasara al piano.
Se puso en pie la artista trasfigurada por la inspiración. Andrés le pareció más aita. de la altura de esa belleza inmarcesible, descendió sobre el, sobre su frente, la luz de los ojos soberanos: ojos cargados de sombra y languidez.
Cuando Andrés salió, el cielo estaba luminoso por sí mismo.
Un domingo, instancias de Soledad, fué Andrés con ella la misa de San Francisco.
Penetró hasta los escaños de la nave central, mientras la hermana iba ocupar su reclinatorio en la sección destinada a las mujeres.
Un momento después, buscándola con los ojos entre la multitud, se encontró con la mirada de otros ojos negros que lo hicieron estremecer.
Allí cerca de él estaba Marta, quien no había vueltu ver desde la noche inolvidable. Ella con una naturalidad pudorosa, bajó la vista su devocionario, sin que Andrés consiguiera atraer de nuevo su mirada.
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