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La hermosa profesión médica que con tanto entusiasmo habéis abrazado y que vuestra ardiente imaginación juvenil os hace entrever como un sendero de rosas que, de triunfo en triunfo, os conducirá al bello jardín de vuestras ilusiones; puede fácilmente tornarse en un largo sendero de espinas que os conduzca un término lleno de amarguras y desengaños. La Ciencia, señores, es como una mujer muy bella, pero que suele ser muy ingrata con aquellos que se consagran su culto. Pero no seré yo quien os dirija la voz de desaliento describiéndoos las penalidades, las desilusiones y dificultades de todo género con que tropezaréis necesariamente en el ejercicio de vuestra noble profesión. Por el contrario: procuraré demostraros que, si bien es cierto que no siempre encontraréis en ella la recompensa material, la cual, con sobrada justicia, os podéis considerar acreedores, debéis estar seguros de que vuestra carrera encierra una fuente inagotable de felicidad y que ella, más que ninguna otra, es capaz de procuraros la satisfacción moral que en la vida del sabio reemplaza todos los bienes materiales. Sólo que el néctar divino que de esa fuente brota, no está al alcance de los espíritus superficiales que se contentan con humedecer, apenas, el borde de los labios en las ondas cristalinas de la Ciencia. Es necesario, señores, elevarse muy alto para ensanehar el horizonte de nuestras miradas, para gozar del panorama encantador que la Ciencia desenvuelve ante los ojos de sus hijos predilectos. Porque al elevarse el nivel intelectual del hombre, se eleva también su nivel moral, se ensancha la nobleza de sus sentimientos, la belleza de su alma. sólo por eso, yo descaría que una parte de vosotros, por lo menos, no se contentase con aprender la manera cómo se practica una ovariotomía, como se formula una receta se ausculta un enfermo. Querría que, al contemplar un cerebro humano sobre vuestra mesa de disección, no os limitaseis constatar que la glándula pineal tiene tales cuales dimensiones tal o cual forina, color, consistencia y relaciones, sino que la vista de ese órgano atrofiado despertase en vuestra mente un recuerdo atávico, que su significación filogénica no fuese un cniyma para vuestro espíritu, sino una página abierta de la genealogía del hombre. Quisiera que, cuando en vuestras giras campestres, descubrís una colmena, no se limitase vuestra ciencia determinar qué clase de insectos pertenece la abeja, cuáles son sus instintos y hábitos particulares, qué aplicaciones puede tener la miel que fabrica el precioso animali io, en la Terapéutica; sino que, espíritus mejor cultivados y profundos, rieseis en esa colmena algo más que un conjunto de abejas, cera y miel; que vuestro espíritu de investigación descubriese en ese enjambre de obreros minúsculos que encaminan sus esfuerzos todos un fin común, con una organización y bajo una disciplina admirables, los fundamentos de nuestras ciencias sociológicas, los primeros bosquejos de nuestras grandes asociaciones modernas. Desearía, en fin, señores, que cuando con el auxilio del mi.
croscopio observáis el mundo de lo infinitamente pequeño; que cuando en vuestros libros admiráis los millares de formas elegantes de los radiolares, de los thalamóforos, de las meduzas y de los corales superbos, de los moluscos y de los crustáceos extraños; que, cuando en un bosque os detenéis 654

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