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El tesoro de los pobres Este es un cuento para niños. Sin embargo, pueden leerlo las personas mayores, y quizá saquen de él algún provecho.
Voy a hablar para los pequeños, pero procuraré poner algo de subs.
tancia para los grandes.
Feliz yo si logro divertir a los unos y hacer reflexionar los otros!
Había una vez, ya no recuerdo en qué país, dos pobres, tanto, que no poseían nada; pero nada de nada.
No tenían pan que poner en la alacena ni alacena en que poner el pan.
No tenían easa para poner la alacena, ni terreno donde construir una casa.
Si hubieran tenido un poco de terreno, podrían haber ganado con qué construir una casa, Teniendo casa, hubieran podido colocar la alacena. si hubieran tenido alacena, seguramente que en uno cualquie.
ra de sus rincones hubieran encontrado un pedazo de pan.
Pero no tenían ni terreno, ni casa, ni alacena, ni pan, eran verdaderamente pobres.
Lo que más echaban de menos no era el pan, sino la casa.
Porque de pan siempre encontraban algún mendrugo que llevarse la boca y veces un poco de tocino y hasta un poen de sidra.
Pero hubieran preferido ayunar siempre, sabiendo que tenían una casa donde podrían quemar algu.
na leña y conversar al lado de las brasas.
Porque lo mejor que hay en el mundo, mucho mejor que comer, es ser dueño de cuatro mu. Fot. Rojas Flores ros, sin los cuales uno no es más En la edad dichosa que una bestia errante. aquellos pobres se consideraban más pobres que nunca durante la noche de una gran fiesta, triste noche para ellos, solemne y alegre para los otros que tenían fuego en la chimenea y la olla puesta en la lumbre.
En el camino por el que iban lamentando su desgraciada suerte, encontraron un pobre gato que maullaba.
Era en verdad un desgraciado, tan pobre como ellos, pues no tenía más que la piel pelada sobre sus huesos.
Si hubiera tenido pelos en la piel, sin duda no hubiera sido tan mise.
rable.
Si su piel no hubiera sido tan miserable, seguramente no se le verían los huesos 654
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