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los japoneses han resultado superiores, por mar y por tierra, la nación más esencialmente militar de Europa.
Sería de todo punto incorrecto calificar de decisiva la batalla del Yalú; como sería también, pueril insensato, aun cuando ella, la larga, hubiera de ser seguida por el triunfo final de Rusia, negarle su carácter de reveladora de que no hay tal inferioridad innata irredimible en los pueblos amarillos.
Bajo otro aspecto, y aunque ello primera vista parezca paradógico, es un hecho que el Japón, en el encadenamiento providencial de la histo ria, ha venido ser un gran benefactor del pueblo ruso. La estructura política del imperio de los Czares, es una monstruosidad anacrónica en los tiempos actuales. Sus frutos son de ignominia y de miseria; su inmenso poderío le da la iniquidad triunfante un prestigio que es un ultraje para la civilización embrionaria del mundo, y que constituye un obstáculo la libertad y al progreso humano.
Todo golpe que quebrante esa colosal armadura protectora de la tiranía increíble, que es crueldad, que es fanatismo, que es abyeción, que es dolor infinito para millones y millones de hombres, ha de ser golpe bendecido or cuantos amen la humanidad y ansien porque ésta, en su peregrinación a través de los siglos, se acerque los verdaderos ideales de justicia.
No es cierto, tampoco, que Rusia encarne el cristianismo en la presente lucha. La Rusia oficial, el Imperio que combate no tiene de cristiano más que el nombre; de la esencia nada tiene. Donde los hombres todos son siervos; donde ni el aire ni el suelo son libres; donde el espía y el delator son los supremos agentes de gobierno; donde el asesinato oficial es acontecimiento diario que se perpetra en razas indefensas por el crimen de la sangre que sus venas levan; donde toda conciencia humana tiene que permanecer sumisa incondicionalmente al despotismo de una gerarquía de amos, cuyo único punto de contacto con los millones de oprimidos es el látigo que martiriza, el plomo el hierro que matan, las tenebrosas pri.
siones, las heladas estepas en que se vive muriendo, hablar de cristianis.
mo, hablar de la doctrina del que murió por redimirnos de la miseria y del dolor, del que cristalizó su enseñanza proclamando la fraternidad universal y la igualdad de los hombres ante Dios, es una blasfemia incomprensible, uu servil acatamiento a las fórmulas vacías, que no han de convertir, ni ahora ni nunca, en sabia generosa de la vida lo que es letal veneno.
Sábese que el Czar y su augusta esposa, sobrecogidos de asombro y de pavor, han vertido amargas lágrimas al enterarse las derrotas de sus armas imperiales. Bienvenidas sean esas lágrimas. El llanto puede ser también una escuela provechosa, cuyas múltiples enseñanzas redunden en beneficio de los oprimidos. Por alta que sea la eminencia de un trono, la púrpura no encubre sino carnes humanas, ligadas por vínculos inquebrantables, través de todos los convencionalismos, con el resto de la especie. Hoy llora el orgullo herido, la soberbia tradicional abofeteada en pleno rostro ante el mundo entero. Acaso del dolor, como del choque entre la piedra y el hierro, la chispa brote el raciocinio precursor de la investigación. Los soberanos rusos son la encarnación suprema. inocente, sin duda, personalmente. de las castas dominantes que abusan del poder, que tiranizan y que 681

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