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que fueron.
SEÑOR DON PRÓSPERO CALDERON San Jose MI ESTIMADO AMIGO: Al dejar esa ciudad me suplicó usted que le enviara las impresiones recogidas en mi peregrinacion hacia la bella Italia. Como todo me llama la atencion aun no he podido ordenar las sensaciones nuevas que le recibido pero hoy me permito enviarle unas flores del dos de noviembre cortadas en la Certosat, nombre que lleva el Cementerio de esta ciudad.
Me perdonará las comparaciones que se hacen obligatorias a uno que ha vivido siempre observando los mismos detalles de las mismas costumbres. No encontré, en los visitantes numerosos de aquel gran Cementerio, la uniformidad de colores de los vestidos impuesta por las conveniencias sociales: nadie manifestaba con su vestido de luto un sentimiento que no poseía y tampoco nadie ultrajaba con la curiosidad indiscreta el dolor de muchas señoras y señoritas que rezaban y lloraban arrodilladas ante la sepultura de sus maridos, padres, hijos o hermanos. En todos los ojos se notaba la curiosidad del Arte, todos deseaban contemplar las numerosas obras artísticas que el cariño de los vivos ha colocado en la ciudad de los El Cementerio está formado por grandes galerías que se entrecruzan dejando espacios libres en donde la pobreza encierra los tesoros que la Muerte le ha arrebatado. En estos sitios las sepulturas habían sido cubiertas de flores blancas, rojas y amarillas en medio de las cuales se lebantaban las fotografías de los que allí descansan. Me llamó la atencion una niñita vestida pobremente que arreglaba sobre la tumba de su madre una corona compuesia de ocho flores blancas mientras decía con inocencia como si comprendiera su triste situacion: Povera bimba. Pobre niñita. Bajo las galerías son muchas las estatuas y los sobrerelieves que inte resan a los artistas. Por todas partes la blancura del marmol rodeada por la blancura de las flores; por todas partes la vida del Arte sentada en las moradas de los muertos.
Acá, un angel blanco que con un dedo colocado en la barba parece que aconseja la resignación y la esperanza; otro semeja que va ascendiendo llevando ocultas en las plumas de sus grandes alas las oraciones y las lágrimas de aquellos a quienes abandonó la niña que bajo aquel monumento duerme el sueño del no ser.
Allá, sentada en uno de los peldaños de una tumba, una mujer con los cabellos desgrenados, desceñido el traje y la mirada perdida en lontananza tiene toda la vida de una esposa que llora la ausencia eterna de su compañero.
Luego, la Escultura con sus ojos inteligentes mira un sobrerelieve en el que ha esculpido el busto de un artista que se rindió muy joven ante las contrariedades de la existencia.
Allá, Minerva eseribe el nombre de un filósofo mientras a sus pies parece que parpadea el buho, símbolo de la sabiduría. En esa estatua creí leer con claridad que la vida de aquellos que mueren buscando la verdad no se olvida, así como no se olvidan los esfuerzos de los obreros de la inteligencia que no saben plegar sus energías frente a las mentiras sociales. El Tiempro se desprende de un pedestal como queriendo enseñar a los que pasan su hoz afilada y su reloj de arena que recuerdan la brevedad de la vida y la necesidad de dedicarla al bien y al trabajo.
Pero solo una estatua supo conmoverme y recordarme que estoy lejos de la familia, de los amigos y de todos los cariños que forman el tesoro de 699.
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