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QR 56 PA36 Los tres ideales Por Ramón Zelaya Luminosa y chispeante, la alegría había saltado de vaso en vaso durante la comida lujosa de aquellos cuatro jóvenes.
Mina, criatura esbelta y sutil, precidía el banquete amistoso con toda la gravedad de que fuera capaz una muñeca juguetona y risueña.
Frente ella estaba el anfitrión, Fernando Blaisot, estudiante de Derecho que celebraba la terminación de sus estudios y el comienzo de su vida de hombre libre. su derecha puso la señorita Presidente al moroso y perspicaz Enrique de Brienne, alumno de la Politécnica tan entregado a las matemáticas, que nunca pudo calcular exactaniente el número de sus acreedores. su izquierda colocó Alfredo, el bohemio romántico, esclavo de la belleza de aquella hetaira espiritual.
Levantando en el aire el duodécimo vaso de champagne, el fogoso Fernando, la cara enrojecida, exclamó. Amigos míos, después de haber bebido la salud de nuestra imcomparable Presidente y por mi risueño porvenir y por nuestros correspondientes amores, deseo que cada uno de nosotros brinde por su respectivo ideal. Eso es, apoyó Mina sonriente; pero los que lo tengan. de seguida, Enrique levantó su copa y dijo. Nada tortura más cruelmente mi espíritu, como la noción de lo ilimitado y la conciencia de lo inconmensurable. Cuando miro el mar esconder en el infinito el límite de su perpetuo oleaje, sufro; cuando considero el desierto ocultar en el cielo azul la línea que marca su término, padezco; cuando me extasio en la contemplación de los espacios poblados de mundos más grandes que el Mundo, y pienso que es imposible al hombre columbrar siquiera el fin de sus fines, me pongo rabioso. Señores: mi ideal sería poder encerrar la inmensidad del mar, del desierto y los espacios entre las dos patas de mi compás y en cuatro líneas de mi cartera. Brindo, señores, por ese ideal!
Qué bárbaro, dijo Fernando.
Yo sabía que el champagne pone alegres los hombres, exclamó la graciosa Mina; pero aún ignoraba que los hiciera locos. Fernando habló. Pues yo, amigos míos, de todo lo creado y de todas las criaturas, no encuentro nada más admirable que el Genio: su victoriosa y fresca pujanza en las luchas del pensamiento humano, y en todo aquello que desconcierta al común de los mortales, me llena de entusiasmo. La vida de los Genios de que se vanagloria la Humanidad me parece el estudio inás grandioso que pueda ocupar la atención de los hombres. Brindo, pues, por la sublimidad del Genio en todas sus manifestaciones!
Bah! exclamó el calculador Enrique, en tono burlón. Por mi parte, sé decir que si hay algo pernicioso en la historia del mundo es la presencia de eso que tú llamas tu ideal, Fernando. El Genio es generaimente perverso y tequioso: de una perpetua inagotable actividad, hace rebalsar la medida en todo. cuenta con el esplendor del talento que muestra, para hacerse perdonar lo que hace. Tiene ahora la palabra el señor romántico y contemplativo, dijo Mina con una graciosa gesticulación de cortesía afectada hacia Alfredo. Pues yo, replicó el aludido, declaro con una tonta sinceridad, que mi ideal está muy por encima de la inmensidad del mar, del disierto y del prodigioso universo, y más alto también que la sublime pujanza del Genio! Pues mi ideal eres tú, oh! mi incomparable Mina, tirana excelsa de mi corazón!
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