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ruinas, marcando siempre últimos instantes, como badajero de las Parcas, el buho, estaba en acecho entre los en marañados jaramagos, y de repente lanzó al aire su clangor espeluznante, campanada macbetiana de media noche.
Una pálida virgen, vaporosa monona, tiritante dentro del sutil flámeo de gláceas muselinas, ocurre refrescar con perlas escapadas de sus ojos, los dívidos y enjutos labios del moribundo. Era Niebla, la blanca, a a madrugadora, prometida de Zéfiro. Acullá se escuchaban, en 1ercano playón adolescentes solozos. es que el río, mol elación de la perfidia humana, 15n concierto con grillos y con anas, fingía de plañidero. No así las torcaces viudas: en su lolor sentido gorgoreaban con lerenos gemebundos.
Desgraciadamente no había or allí sirenas que entonaran lia sugestiva canción del padriotismo, surgitadora de aquela vida en fuga, ante la cual as cínifes auscultatrices no se trevieron hincar su hipodéranica jeringuilla microbiana. La amante esposa de Febo, den siesnoes asueñada, habíase Precatado, tal vez calmar la Menaz melancolía de su augusta suoledad, tras los cortinajes de mu cámara nupcial, dejando en piensa penumbra él escombral echo de muerte, bajo custodia erenísima, vigilada, al fin co En las cuencas craneanas hospédase 990 en campaña, por algunos iceros de tiſitante farolito, que, populosa ocimena de abejas mpedernidos trasnochadores, enagaban rezagados fuer de cuartos de ronda, somnolientos y paliduchos enor la apizarrada bóveda.
De cuando en cuando los cocuyos y luciérnagas reververaban sus linqyernillas en miniatura, en contorno del agónico, cual si trataran de reencenplerle las opacas pupilas.
de Oyose un silbo entre el boscaje: la serpiente alertaba con su pito al ulo, acólito apagador del tenebrario, el cual, despabilado, agita sus sinies.
Seros remos, sopla en el rechinante silbato un adios, tiende vuelo y desaparedee entre el umbrío. Ya era tiempo: iluminando los éteres se acercaba en su faetón rosicler isueña la Aurora, precursando al resplandeciente carro del sol. Hubo alegres dianas en la copa de los árboles y en los caldeados nidos; ullicioso pipipiar de polluelos y trinos de algarada de picos paternales.
id Las flores despertaron al ósculo meciente de los lascivos zéfiros; la brisa di banico hizo rodar de los temulentos cálices, aromatizadas perlas de rocío, as que cayendo sobre las sienes del guerrero anestesiaron su último extertor.
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