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de las lindas y gallardas sacerdotisas del dios Momo, quienes rientes, desenfrenadas, bacantes de la alegría, sueltas merced del viento sus blondas y negras cabelleras, cascadas de luz y sombra semejan al rápido cruzar de los carruajes, ninfas surgiendo de entre nido de rosas.
Alla viene una comparsa, bandada de muchachas, frescas y lozanas flores del trópico; vestidas con largas y vaporosas túnicas de un suave azul pálido, alegres, con alegría de juventud, brotando chorros de sus labios rojos, un sonoro manantial de risa cristalina. se van las risueñas muchachas azules, y en un landeaux aparecen de pié, artístico manojo de bellas damas, ramillete de camelias. van de Pierrot, de blanco, y lucen bellamente en sus erectos senos, crisantemos de oro y claveles rojos, contrastando los últimos con sus bocas de adelfa, quienes resultan pálidos, ante el purpurino color de sus labios de fresa.
En sus manos, bandera tricolor, vá una mujer hermosa, de formas tentadoras, roto el corpiño que permite mirar un pecho niveo, y diríase, una gardenia que en su cáliz luce una gota de sangre corrompida. Una turba numerosa la sigue tocando tambores, pitos y cornetas, produciendo un ruido desesperante, inarmónico, que va herir directamente los compasivos tímpanos de los oyentes.
Esta mujer es la Libertad.
Hombres y mujeres del pueblo, disfrazados, cruzan las calles, pintarrajeados, vestidos de asquerosos andrajos, unos, con luengas barbas, otros, con larguísimas melenas y sus enormes bigotazos, ébrios, codeándose con la multitud, inmensa ola humana que va y viene.
Por doquier, acá y acullá, disfraces queriendo, pretendiendo querer significar no sé qué; algo que para nosotros nos es todo punto imposible llegar a comprender, lo que ellos, infelices, se proponen simbolizar con sus risibles trajes.
Los que van y los que vienen en sus carruajes emprenden al pasar reñida batalla; batalla en la cual los proyectiles no dan la muerte, sino la vida, la alegría, el amor; flores, confettis, palomas!
Llega la noche; y las densas y negras sombras que arroja su paso sobre la madre tierra, las multitudes se apaciguan, cesa el atormentador ruido, los instrumentos ya no vibran, la muchedumbre se vá, se vá! ébria de placer, las bandadas de enmascarados ya no gritan, faltas de aliento; y sólo quedan en las desiertas calles uno que otro rezagado, el finísimo sonido de los cascabeles de algún polichinela, un lucifer perseguido por dos o tres chicos, una máscara ébria, un payaso que no rie. FARBOS BERENGUEL
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