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ENED de 1890)
lla: un rancho arpas de manuna tienda de an servido pa. el río Sapoá.
aspecto varía: jar ramas secas sobre los transeuntes, aunque también es cierto que los monos colorados derraman su líquido asqueroso, y los Congos dejan caer cierta sustancia que «no huele rosas sino otras cosas. Un entomologo pasaría aquí la gran vida, porque abundan los insectos de todas clases. La familia de las hormigas por sí sola puede llegar un centenar de especies; sin dificultad podrían colectarse simultáneamente las que habitan la región seca y arenosa de la costa marítima y las peculiares las tierras húmedas del Sapoá. En esta garganta estrecha se confunden ciertamente las faunas de ambas vertientes, Oriental y Occidental de Centro América. En todas direcciones se cruzan caminos espaciosos por donde transitan las arrieras, siempre cargadas con pedazos de hojas, que en la generalidad de los casos superan en tamaño y peso la hormiga misma. Grandes ejércitos de guerreadoras atraviesan el desmonte, marchando constantemente en columna cerrada y devorando todo bicho que se presenta su vista; más en esa lucha constante por la vida, las hormigas pierden una buena parte de solados, oficiales y Jefes de cabeza blanca, pues hay dos tribus de pájaros que se las engullen por millares hasta saciar su apetito. Las balas, esos gigantes de color negruzco y abdomen velludo, caminan siempre solas, su andar es espacioso, de cuando en cuando se detienen, y jay del que les haga algún ultraje! porque desenvainan su aguijón venenoso y se venga de una manera cruel y dolorosa: la gente les tiene tanto miedo que las mata donde quiera que una se presenta; por lo que a mí respecta, les permito que recorran tranquilamente los alrededores de mi cama, pues su carácter tranquilo y nada provocativo ha captado mis simpatías y afianzado la buena idea que siempre he tenido de los individuos cuyo único defecto consiste en no dejarse agraviar injustamente.
Una comisión científica podría hacer aquí muy ricas colecciones no sólo de Historia Natural, sino también de Arqueología: por todas partes se pueden recoger pedazos de vasijas de barro, dibujados con ese primor que los indígenas del Guanacaste sabían imprimir sus diversos utensilios. Todas las tribus emigrantes han dejado aquí la huella de su paso, parece oirse en la montaña el eco de los cascabeles de los indios perseguidos por las lanzas españolas.
Pasemos a hora al mirador, y estoy seguro de que el menos impresionable se quedará sorprendido por la esplendidez de todo lo que se observa en contorno de un solo punto, colocado sobre la línea divisoria y que dista apenas cinco Kilómetros y medio de las playas del Pacífico: al Norte se presenta el volcán de Ometepe, de forma cónica, con su base sumergida en las aguas dulces del Gran Lago: dirigiendo la vista hacia el Este se ve, en la misma isla, el cerro de Madera; después la vertiente toda del Sa poá y una extensa superficie líquida donde van perderse las aguas del río; al Sudeste se divisa la habitación del resguardo de la Cruz, la ofi.
cina telegráfica, la hacienda del Amo, la de las Animas y sus potreros de pasto natural, formando gracioso contraste con el escarpado volcán de Orosí, que constituye el fondo de la docoración. Para concluir, recorramos del Sur al Occidente y encontraremos la Bahía de Salinas con todos sus detalles, con su isla de Bolaños colocada al centro de las tranquilas aguas semejando una perla retenida aún por la concha nácar; luego la ensenada que forma la Bahía Elena, hasta terminar en la punta del Papagallo. Fi nalmente imaginaos un ambiente puro y fresco, con una temperatura de ventidós grados centígrados y lo lejos la inmensidad del océano adorna do con ese cúmulo de nubecillas tentadoras, cuyos cambiantes hacen a los poetas manchar millares de cuartillas de papel y así tendreis una pápida descripción de mi campamento actual. ALFARO Calderoy llo pequeña no amarillenta estra meseene de arro
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