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ED armado que caza de Tigres apercibiera su examen el siguiente esentes: res, que yo a polizontes. Humaniador es el Emél. En su palapondencia marse. qué coaño pasado, él, que da un protas diarias duNos paseamos por los bosques de Coimbatore hasta cerca de mediodía, y estando punto de regresar a nuestro campamento, oímos un terrible y prolongado rugido. Nos dirigimos precipitadamente hacia el lugar de donde procedía. Le pregunté mi sirviente Vera si era un tigre. No señor, me contestó, es una pantera. iremos en su busca. Por supuesto. le dije, y nos pusimos en camino. Como media milla de distancia se oyeron unos gruñidos sordos y el ruído de ramas que se quebraban, y Vera me dijo que aquello era causado por elefantes. En el curso de nuestra marcha para gozar del espectáculo de una manada de esos enormes animales, tuvimos que atravesar un riachuelo casi seco, y en las arenas de su lecho distinguimos el rastro de un gran tigre.
Los hombres examinaron cuidadosamente las huellas en la húmeda arena, declararon que el tigre acababa de pasar por allí. Vera se detuvo lleno de ansiedad un momento, contempló el calibre de mi rifble con cierta expresión de duda, trató de medirlo con el dedo meñique, y al fin me preguntó si yo intentaba realmente hacer fuego un gran tigre con aquel pequeño rifle. Sin duda que sí, le contesté: muéstramelo y verás. Ni por un instante me halagó la esperanza de tener la buena fortuna de dar con la fiera que tales huellas había dejado, y ejercitar en ella mi PAISAJE puntería. Pero sin más dilación nos pusimos a seguirle la pista.
El riachuelo corría al través del bosque: su lecho tenía ocho pies de profundidad, cuarenta de anchura, y, como he dicho, estaba casi seco. ΕΙ tigre se había complacido en ir pausadamente lo largo de la corriente del riachuelo, unas veces entre el agua poco profunda, otras cruzando de un lado otro, clavando de vez en cuando las garras en las arenosas riberas por ría de ejercicio. Vera iba a la vanguardia como de costumbre, yo le seguía de cerca, y ambos nos deslizábamos tan silenciosamente como si fuéramos sombras.
Habíamos ya andado cerca de una milla, cuando llegamos un grupo de bambúes que crecían cerca de un recodo del arroyuelo: Vera se detuvo de repente, me asió del brazo y me señaló el bosquecillo. Tenía mi sirviente la costumbre de apretarme el brazo con una mano y señalar con la otra siempre que descubría alguna caza, y yo podía de antemano juzgar de la ferocidad del animal por la fuerza de su presión. Esta vez me estrechó el brazo con tanto vigor, que comprendí que se trataba de un tigre. así era: allí se le interés para no. no para perFerde aceituna, bir, y tanto él Fot. Rudin despacho del. de la habitaestá dedicada ito, otra; para más.
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