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ENERD onado en el raciones de la de Junín ia que manBogotá, CaPichincha y ros, que tan mente se baá las órdebravo CórDivisión La mada por allones Var ifles y Venocupaba es en la ciuHuaraz. Eicialidad de cuerpos un o de jóveardos y caque así e indómita en las liIarte como Le Venus. ue se alisPara luchar metían en descendiun baile para el que la dueña de la casa comprometiera sus amigos de la vecindad.
Una señora, quien llamaremos la señora de Munar, viuda de un acaudalado español, habitaba en una de las casas próximas a la plaza, en compañía de dos hijas y dos sobrinas, muchachas todas en condición de aspirar inmediato casorio; pues eran lindas, ricas, bien endoctrinadas y pertenecientes a la antigua aristocracia del lugar. Tenían lo que entonces se llamaba sal, pimienta, orégano y cominillo: es decir, las cuatro cosas que los que venían de la península buscaban en la mujer americana.
Aunque la señora de Munar, por lealtad sin duda la memoria de su difunto esposo, era goda y «requetegoda. no pudo una noche excusarse de recibir en su salón los caballeritos colombianos que, son de música, manifestaron deseo de armar jarana en el aristocrático salón.
Por lo que atañe a las muchachas, sabido es que el alma les brinca en el cuerpo, cuando se trata de zarandear dúo el costalito de tentaciones.
La señora de Munar tragaba saliva cada piropo que los oficiales endilgaban las doncellas, y ora daba un pellizco la sobrina que se descantillaba con una palabrita animadora, en voz baja llamaba al orden la hija que prestaba más atención de la que exige la buena crianza las garatusas de un libertador.
Media noche era ya pasada cuando una de las niñas, cuyos encantos habían sublevado los sentidos del Capitán de la cuarta Compañía del Batallón Vargas, sintióse indispuesta y se retiró su cuarto. El enamorado y libertino Capitán, creyendo burlar al Argos de la madre, fuese buscar el nido de la paloma. Resistíase ésta las exigencias del Tenorio, que probablemente llevaban camino de pasar de turbio castaño obscuro, cuando una mano se apoderó con rapidez de la espada que el oficial llevaba al cinto y le clavó la hoja en el costado.
Quien así castigaba al hombre que pretendió llevar la deshonra al seno de una familia, era la anciana Sra. de Munar.
El Capitán se lanzó al salón cubriéndose la herida con las manos.
Sus compañeros, de quien era muy querido, armaron gran estrépito y, después de rodear la casa de soldados y de dejar preso todo títere con faldas, condujeron al moribundo al cuartel.
Terminaba Bolívar de almorzar cuando tuvo noticia de tamaño escándalo, y en el acto montó caballo hizo en poquísimas horas el camino de Caraz Huaraz.
Aquel día se comunicó al Ejército la siguiente ORDEN GENERAL ara las muOs; porque medianaadelante lar retortiafianzudos. era inútil. pulgas y. atrevia 0, porque e las márticipar de tria vieja. Su Excelencia el Libertador ha sabido con indignación que la gloriosa bandera de Colombia, cuya custodia encomendó al Batallón Vargas, ha sido infamada por los mismos que debieran ser más celosos de su honra y esplendor; y en consecuencia para ejemplar del delito, dispone. El Batallón Vargas ocupará el último número de la línea y su bandera permanecerá depositada en poder del General en Jefe hasta que por una victoria sobre el enemigo, borre dicho cuerpo la infamia que sobre él ha caído. El cadáver del delincuente será sepultado sin los honores de ordenanza; y la hoja de la espada que Colombia le diera para defensa de la libertad y de la moral, se romperá por el furriel en presencia de la Compañía. Digna del gran Bolívar es tal orden general. Sólo con ella podía conservar su prestigio la causa de la independencia y retemplarse la disciplina militar.
Sucre, Córdoba, Lara y todos los jefes de Colombia, se empeñaron con Bolívar para que derogase el artículo en que degradaba al Batallón 791 oficiales con ella, covisaban

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