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pareci flautas rebana reunir pueblc Lo con envidi: ir gansos que allá ar diendo con lle. yo, la Efectivamente, en aquel tiempo, antes de que él hubiese inflamado mi corazón, me hallaba en ese período de la vida en que el más alto ideal de la felicidad consiste en. andar descalza!
Yo tenía ocho años y él diez. Yo era la señorita de la casa, y él el hijo del herrero de una aldea.
Por la mañana, cuando tomaba café en el corredor en compañía de mi madre y de mi hermano, pasaba él por delante de nosotros arriando los gansos que debía conducir al prado.
Al principio nos miraba con candida admiración, sin que se le ocurriese llevarse la mano la gorra; pero desde que mi hermano le hizo comprender que debía hacer un saludo sus patrones, nos gritaba un buenos días siempre igual, aprendido de memoria, mientras se entretenía en dar vueltas su gorra.
Cuando mi hermano estaba de buen humor me concedía permiso de llevarle, en pago de su urbanidad, un pedazo de pan blanco que con cierta voracidad me arrebataba de la mano como si corriese peligro de que se lo quitase. Qué aspecto era el suyo? Aun me parece verlo delante de mí, con sus lacios y rubios cabellos que sobre sus morenas mejillas caían como un manojo de amarilla paja; con sus ojos azules de viva y risueña mirada, los ajustados calzones arrollados hasta la rodilla y en la mano una delgada varilla de sauco, en cuya corteza había labrado artísticamente una blanca espiral.
En esa varilla se fijó mi primera envidia infantil. Pensaba que debía ser delicioso tener entre las manos esa obra de arte, trabajada de tan diversa manera que los objetos de mi uso, y al imaginar además que podría llegar hasta andar descalza y arrear con ella los gansos, parecíame que sería eso el summum de la felicidad terrestre. sin embargo puerilidades Tarjeta Postal semejantes son las que nos acercan los hombres.
Una mañana, a la hora del café, le vi pasar y no pude contener por más tiempo mi deseo. Junté las dos rebanadas de pan con miel que iba a comer y corrí tras él sigilosa y apresuradamente.
Cuando me vió llegar se detuvo y me miró con asombro, pero al notar en mi mano el pan se iluminó su mirada. Quieres darme tu varilla? le pregunté. Nó. Para qué? repuso él manteniéndose sobre un pié y rascándose la pantorrilla con el que le quedaba libre. Porque yo la quiero, repliqué atrevidamente, y continué con más suavidad: Yo te daré también mi rebanada, está partid: mundo En trajo prome era aúl que co imagir más sueños extren por pude cipe de él me casitas zantes gansos me ser ba en su flat esa fel dijo: oportu 806

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