Guardar

ED nflamado mi to ideal de la a, y él el hijo mpañía de mi ando los gansu se le ocurrieizo comprenbuenos días dar vueltas no estaba de edía permiso de su urbapan blanco dad me arremo si corrieo quitase.
el suyo? Aun ante de mí, bios cabellos enas mejillas o de amarilla cules de viva os ajustados Tasta la rodidelgada vaa corteza haamente una ijó mi primePensaba que ner entre las te, trabajada a que los obmaginar adear hasta ancon ella los ue sería eso cidad terrespuerilidades ue nos acerLa miró codiciosamente y concluyó por decir: Nó, la necesito para guardar los gansos, pero sí puedo hacerte otra parecida. Serías capaz de hacerla? le pregunté asombrada. Oh! Eso no es nada, dijo riendo desdeñosamente. Yo puedo hacer flautas y muñecos que bailan.
Todo eso me hechizó de tal modo que sin más vacilación le regalé la rebanada.
La mordió con delicia y, sin dignarse dirigirme otra mirada, corrió reunirse con pueblo alado.
Lo contemplé con verdadera envidia. El podía ir guardar los gansos y yo tenía que permanecer allá arriba aprendiendo francés con Mademoiselle. Sí, pensaba yo, la felicidad está muy mal repartida en este mundo.
En la tarde me trajo la varilla prometida, que era aún más bella que como me la Esperando la barca imaginara en mis De la colección de cuadros de la Libreria Española más hermosos sueños: además de la blanca espiral que me había gustado tanto, tenía, en el extremo más grueso, una cabeza en forma de bola, en donde había dibujado por medio de líneas longitudinales y transversales una cara humana, que no pude decifrar si era la suya la mía. Oh! Qué felicidad! Desde entonces fuimos amigos. Yo le hacía partícipe de los manjares que, como niña mimada, me llovían de todos lados, y él me dedicaba las obras de arte que producían sus delgados dedos: flautas, casitas, casas, útiles para la muñeca y, sobre todo, las famosas figurillas danzantes con que metía miedo algunas personas de la casa.
Nuestras citas de todas las tartes tenían lugar detrás del corral de los gansos: allí cambiábamos nuestros regalos y durante todo el resto del día me sentía feliz ocupando mi pensamiento con mi joven héroe. Le contemplaba en la pradera iluminada por el sol, echado sobre el césped y soplando en su flauta, en tanto que yo me fastidiaba aprendiendo fastidiosos vocablos.
Cada vez más fuerte se apoderó de mi la ambición de tomar parte en esa felicidad que consistía en. cuidar gaasos.
Cuando yo lo puse al corriente de mis deseos, se rió como un loco y dijo. Porqué no vienes conmigo?
Esto me decidió y sin reflexionar más le contesté. Mañana iré contigo. Pero no olvides traer algo qué comer, me recomendó él.
La suerte me fué favorable al día siguiente. Mademoiselle le dió muy oportunamente su jaqueca y no pudo ocuparse en mis lecciones.
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