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comp el pr munc SIERA Loca de ansiedad y de alegría me senté la mesa la hora del desayuno y esperé el momento de su llegada.
Yo tenía los bolsillos repletos de golosinas de toda especie que había pedido Mademoiselle y llevaba la varilla que, ese día, pensaba yo, llenaría cumplidamente su cometido.
Llegó por fin, medio andrajoso. Sus ojos brillaron maliciosamente cuando balbuceo sus buenos días, y tan pronto como me fué posible me alejé sin ruido y me fuí tras él. Qué traes? fué su primera pregunta.
Dos melcochas, tres rebanadas de pan con manteca y salchichas, sardinas y torta de grosellas, dije, y al mismo tiempo iba sacando esos apetitosos comestibles.
El principio a comer inmediatamente mientras que yo, orgullosa y sofocada por el júbilo, arreaba los gansos delante de nosotros.
Del bosque de pinos que apenas si había recorrido en mis paseos, nos internamos en regiones para mí desconocidas. Matorrales enmarañados se elevaban uno y otro lado del camino simulando una sombría espesura, hasta que de improviso se presentó delante de nosotros la vasta llanura ilimitada. Qué hermoso era todo aquello! Hasta donde alcanzaba la mirada se extendía un mar de yerba y primorosas flores y, como olas petrificadas, se presentaban las toperas en largas filas que se levantaban bajo la yerba.
El aire recalentado reverberaba sobre la llanura, las abejas nos regalaban con su música zumbadora y arriba, en el claro azul del cielo, brillaba un sol de oro.
En las inmediaciones del bosque había una laguna con pequeños pantanos en que se veía una agua espesa y amarillenta. Bandadas de patos nadaban allí; en las húmedas orillas brotaban burbujas de entre la yerba y millares de suaves huellas marcadas por las patas de los gansos semejaban una extraña alfombra sobre el terreno. Allí estaba el paraíso de los volátiles. Continuará)
das la reuni prese adult coraz mina Soy dre, el en ción, el cri imag las abuel perde nidad educa sobre cienc inves po, la treter como Retrato de Jean Richepin pueb!
espos por masc Este cantor, de toisón negro y rostro ambarino, ha resuelto parecerse un príncipe indio, sin duda con el objeto de poder desparramar, sin llamar la atención, un montón de perlas, de rubíes, de zafiros y de crisólitos. Sus cejas rectas casi se juntan, y sus ojos hundidos de pupilas grises, estriados y circulados de amarillo, permanecen comunmente como durmientes y turbados; coléricos, lanzan relámpagos de acero. La nariz pequeña, casi recta, redondamente terminada, tiene las ventanillas móviles y expresivas; la boca pequeña, roja, bien modelada y dibujada, finamente voluptuosa y amorosa; los dientes cortos, estrechos, blancos, bien ordenados, sólidos como para comer hierro, dan una original y viril belleza al poeta de las CARICIAS. La largura avanzada de la mandíbula inferior desaparece bajo la fina barba rizada y ahorquillada; y ocultando sin duda una alta y espaciosa frente, de la cima del cráneo se precipita hasta sobre los ojos una mar de hondas apretadas; es la espesa y brillante y negra y ondulante cabellera.
TEODORO DE BANVILLE.
leyes nicon alcoh renca ponia en el 808
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