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EL GANSERO POR SUDERMANN de vivía des viosa que libró de la en una débi Mi de campo; cienda de Cuan (Traducido del alemán para Páginas Ilustradas, por Alfaro Cooper. Continuación)
pues ví ard Es ur un largo via Nos detuvimos y, mientras que los gansos chapuzaban en los pantanos, corrimos gozosos por el prado buscando mariposas amarillas y recogiendo verdes bayas.
Después jugamos marido y mujer. Elisa la gansita más mansa era nuestra niña mimada. La acariciamos y castigamos, hasta que con inauditos esfuerzos consiguió escapar de nuestras manos.
Luego preparé la comida para mi marido. Desaté mi blanco delantal, lo extendí sobre el césped y coloqué encima el resto de lo que había traído.
El se sentó mi lado gravemente y yo saltaba contentísima al ver con que velocidad hacía desaparecer uno tras otro los manjares que componían nuestra merienda.
El sol se elevaba cada vez más en el horizonte hasta que sus rayos quemadores cayeron plomo sobre nuestras cabezas. Comencé a sentir que me zum baban los oídos, una vaga sensación de cansancio se apoderó de mí, y tuve hambre; pero mi marido se lo había comido todo.
Tenía seco el paladar y ardorosos los labios; para refrescarlos cogi yerba húmeda y la oprimí contra mi boca.
De proto resonó lo lejos en el bosque una campanada. Yo sabía bien lo que eso significaba: era el toque de medio día que me llamaba a la mesa. cuando se notase mi ausencia ¡Oh Dios mío. qué sería de nosotros?
Me arrojé sobre la yerba y principié sollozar amargamente, mientras mi compañero, para consolarme, me pasaba su áspera mano por la cara y el cuello.
De improviso salté y corrí por el bosque como perseguida por una Furia. Dos largas horas erré llorando en la espesura; por fin oí voces que me llamaban y dos minutos después me encontraba en brazos de mi hermano. la mañana siguiente compareció mi pobre amigo, acusado de seducción y rapto, ante el Tribunal de Justicia de su amo. El comprendió bien que debía pagar los vidrios rotos, no tuvo el menor reparo en echarse toda la culpa y, con la mayor indiferencia, recibió el castigo que le aplicó mi hermano. Después, contra la barahanda, se frotó enérgicamente y volviendo las doloridas espaldas se alejó de pronto, mientras que yo me echaba al suelo llorando.
Desde ese día le amé. Imaginé mil subterfugios para encontrarle secretamente, robé como una urraca para hacerle partícipe de mi rapiña y lo abrumé con toda especie de ternuras, queriendo con ellas recompensarle por los terribles azotes que había recibido.
El se dejaba amar indiferentemente y correspondía mi amor con tranquilas muestras de amistad y con su magnífico apetito.
Medio año después cambió nuestra situación. Mi pobre madre, que se sentía enferma desde hacía largo tiempo, tuvo que trasladarse al medio día por orden del Médico, dejó la hacienda completamente en manos de mi hermano y yo tuve que acompañarla en su viaje Riviera.
Fot. Pay des dolores dar para se volver se nosotros.
Mier rada, vinie y, entre la ¿Que Nueve años debían pasar antes de que yo volviese mi patria.
Mi regreso fué más triste de lo que había presentido. En Berlín don818 cia de que su padre

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