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le ayude ur. mente con Mi miró la AI Aque. iPo corriente de Pero moneda de Crei neda la una desgra ví con mis za, dió las yo do, me hun Así, Sentí que me saltaba el corazón. Traté de reprocharme mi locura, pero fué en vano. No pude desechar los antiguos y vívidos recuerdos y, ya que era inevitable, comencé fantasear acerca del instante en que volveríamos vernos forjando las más risueñas ilusiones con los bellos colores de las novelas románticas.
Algunos días después de mi llegada pude hacer mi primera salida, es decir, fuí conducida en coche en medio del bosque y colocada sobre el césped en un lugar adecuado.
Yo escogí el sitio en donde habían pasado los juegos de mi infancia y que me prometía la posibilidad de alcanzar ver la herrería.
Mi hermano quiso quedarse mi lado; pero yo le supliqué que no se apartase de sus quehaceres, pues la muchachita que para mi servicio me acompañaba me auxiliaría en caso necesario. Qué podría ocurrirme allí en el bosque próximo la casa?
Entonces regresó él con el cochero habiéndome prometido volver por mi dos horas más tarde.
Después envié mi pequeña compañera recoger fresas, recomendándole que no se alejase, y salió saltando de alegría. Ya estaba sola. Gracias Dios! Ya podía soñar con todas las fuerzas de mi corazón.
Los pinos murmuraban sobre mi cabeza y oía resonar los martillazos del herrero. De tiempo en tiempo, de la luz enrojecida de la fragua, se destacaba una oscura sombra: debía ser la suya. No me cansaba de seguir los movimientos de su brazo, admiraba su fuerza y temblaba por él cuando, al rededor de su cuerpo, saltaban las chispas luminosas.
Pasaron las horas. En medio de mis ensueños me sorprendió mi hermano que volvía a recogerme. Te ha parecido largo el tiempo? me preguntó en tono de broma.
Moví sonriendo la cabeza y trate de incorporarme, pero estaba tan débil que tuve que recostarme de nuevo. Hum! dijo pensativo, he dejado al cochero en la casa, pues creía que yo sólo podría subirte al coche, pero el asiento es alto y no podría hacerlo sin causarte daño. Niña, dijo, dirigiéndose la muchachita que estaba lista cerca del carruaje, corre a casa del herrero, el joven que ya sabes, y dile que venga ayudarme y al mismo tiempo arrojó al suelo una moneda de cobre que ella recogió radiante de alegría y partió escape.
Sentí cómo se agolpaba la sangre mis mejillas. Iba verle otra vez, allí en ese mismo sitio, y debía prestarme el oficio de samaritano!
Con la mano puesta sobre el palpitante corazón, me senté y esperé.
esperé. sí ¡Ya está aquí, que fuerte y hermoso se ha hecho!
Rubios y poblados cabellos rodeaban su cara ennegrecida por el humo y en su fuerte barba nacía un suave incitante vello: así debió aparecer el joven Siegfred cuando estaba de aprendiz en casa del horrible enano Mime.
Torpemente tomó entre las manos la gorra que tan aplomo llevaba sobre la nuca; pero yo le extendí sonriendo la mano y le dije. Como está Ud. Cómo puedo estar? Bien, replicó él con risa embarazosa, limpiándose incensantemente los ahumados dedos sobre su delantal de piel, antes de tocar la diestra que le ofrecía. Ayúdame subir al coche la señorita, dijo mi hermano.
Se frotó una vez más las manos, me tomó con poca suavidad por debajo de los os, mi hermano me levantó por los pies, y en un instante me hallé colocada sobre el cogín del coche. Gracias, gracias, le dije, inclinando sonriente la cabeza, 820 Uno mo. Crey aconsejó paraiso.
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