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ED locura, pelerdos y, ya ue volverías colores de ra salida, es re el césped infancia y que no se servicio me urrirme allí El se quedó con la gorra entre las manos dirigiendo inconscientes miradas mi hermano y mí alternativamente.
El tiene también algo en el corazón, me dije ¿Cómo podría ser de otro modo? Al verme se han despertado en él los antiguos recuerdos de aquellos tiempos de nuestra inocente niñez en que íbamos juntos cuidar los gansos. Oh! El no se atreve. la presencia de su señor. Será preciso que le ayude un poco. bien. En qué piensa Ud. ahora? le dije alentándole amistosamente con la mirada.
Mi hermano, que estaba ocupado con los caballos, se dirigió él y le miró la cara. Ah! sí, esperas tu propina, le dijo, y buscó en su bolsillo.
Aquello fué para mí como si me hubiesen dado un latigazo. Por el amor de Dios, Max! balbuceé, en tanto que sentía como una corriente de frío y de calor por todo mi cuerpo.
Pero mi hermano no me oyó, y le presentó, sí, osó presentarle una moneda de marco.
Creí ver entonces claramente cómo mi joven amigo le arrojaba la moneda la cara, me incorporé con viveza extendiendo las manos para evitar una desgracia. Pero. Qué es esto? No, no es posible. sin embargo lo ví con mis propios ojos. Tomó la moneda, hizo una inclinación de cabeza, dió las gracias y se fué! yo, yo lo miré fijamente como un fantasma y, después, suspirando, me hundí de nuevo en mi almohadon.
Así, amigo mío, dije yo adios los dulces sueños de mi juventud. Fin. volver por ecomendán3 las fuerzas martillazos gua, se dese seguir los cuando, al dió mi here broma.
estaba tan LA PUERTA DEL PARAISO es creia que ría hacerlo erca del caue venga pre que ella urme el ofiesperé.
Un oficial, hombre de bien, llamado Montresor, estaba enfermo. Creyendo su cura que aquella era la última enfermedad, le aconsejó que se reconciliase con el cielo, para poder entrar en el paraíso. Eso no me desazona mucho, le dijo Montresor, pues la noche pasada he tenido una visión que me ha tranquilizado completamente. qué visión ha tenido usted? le preguntó el buen sacerdote. Me hallaba, le respondió el enfermo, la puerta del paraíso con una muchedumbre de gentes que querían entrar en él: San Pedro preguntaba cada uno de qué religión era. El uno respondió: Yo soy católico romano. Muy bien! dijo San Pedro, entrad y colocaos allí entre los católicos. Otro dijo que era de la iglesia anglicana. en hora buena! le contestó el santo; entrad y ponéos allá con los anglicanos. Otro dijo que cuákero: entrad, dijo San Pedro, y situáos entre los cuákeros. En fin, llegó mi vez y me pregunto, como los otros de qué religión era. Ay de mí! le respondi; desgraciadamente el pobre Jaime Montresor no tiene ninguna. Lástima es, dijo el buen santo, porque en verdad no sé donde os he de meter, pero entrad y colocáos donde pudiéreis.
MENJAMÍN FRANKLIN or el humo aparecer el ano Mime.
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