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Suspiros Si fuera poeta y pudiera fijar el revoloteo de las ideas en rimas brillantes y ágiles como una bandada de mariposas blancas de primavera con alfileres sutiles de oro; si pudiera cristalizar los sueños en raras estrofas, haría un maravilloso poema en que hablara de los uspiros; de ese aire que vuelve al aire, llevándose consigo algo de las esperanzas, de los cansancios y de las elancolías de los hombres.
rado, encia.
a ra.
as buenas, para huir de los suspiros de convención, de las romanzas sentimentales, llenas de luna de pacotilla y de ruiseñores triviales, hablaría de los suspiros angustiosos que flotan en el aire espeso impregnado del olor del ácido fénico, en la luz dorada de los cirios, entre el aroma vago de las flores mortuorias, cerca de aquellos cuyos ojos cerrados para siempre, guardan las huellas violáceas de los últimos insomnios. y cuyos labios se ajaron con el frío de la muerte.
tas penas duelos. él la aurora is. canza Anza.
o jo Ah, no! ese suspiro sería demasiado triste para hablar de él: su recuerdo haría nublarse los ojos nuevos de las lectoras; los ojos obscuros unas veces como noches de invierno, azules y claros otras como el agua de los lagos quietos.
Fot. Paynter Bros Para que no se nublaran, hablaría del suspiro de voluptuosiLic. don Carlos Lara, dad y de cansancio que flota en Actual Subsecretario del Ministerio de Relaciones el aire tibio de una sala de baile, iluminada como el día, reflejada por espejos venecianos; del suspiro de una mujer hermosa y joven, agitada por el valse, cuya piel de durazno se sonrosa, y el abanico cuyas plumas flexibles le besaban la falda; del suspiro sensual y vago que se pierde entre las blancuras rosadas, en el aire donde palpita el iris, en los diamantes donde la luz se quiebra, en la sangre de los rubíes, en el azul misterioso de los zafiros, en el aire que arrastra tentaciones de ternuras y de besos.
Exteriores y Carteras anexas.
la suerte pena, uerte, buena.
y puro guida, reAh no! Ese suspiro sería demasiado dulce para hablar de él; su cuerdo haría arrugarse la frente cansada, y blanquearía más las canas de los filósofos, por cuyas venas no corre, en oleaje ardiente, la sangre de la juventud. Para que pudieran leerme hablaría más bien del suspiro de cansancio de un viejo, de un suspiro oído una tarde de otoño, en el camino ZELEDON 823

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