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que va del pueblo al cementerio; un camino donde rodaba la hojarasca empujada por el viento; donde un hilo de agua dejaba oír su queja monótona; donde los árboles, envueltos en nieblas, tomaban extraños aspectos.
y en cuyo horizonte, entre las nubes frías y húmedas. se ponía el sol. Oh!
aquel suspiro parecería salir, más que de un pecho humano, cansado de la vida, del paisaje mismo, del cementerio donde duermen los huesos bajo la yerba; de la vegetación quemada por el frío. de las obscuridades vagas del horizonte; parecería ser una queja de la Naturaleza, deseosa de dormir en definitivo descanso, fatigada de su tarea eterna, de la sucesión infinita de los veranos y de los inviernos, de la luz y de la sombra.
a Si fuera poeta y diera fijar el revoloteo de las ideas en rimas brillantes y ágiles como una bandada de mariposas blancas de primavera con clavos sutiles de oro; si pudiera cristalizar los sueños; si pudiera encerrar las ideas, como perfumes, en estrofas cinceladas. haría un maravilloso poema en que hablara de los suspiros de ese aire que vuelve al aire, de los cansancios. de las esperanzas y de las melancolías de los hombres.
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kee, reunió ilimitado e tante y la ciones naty tro temper Sea so sagrado dada, Sea que pense gámoslo cd fuerzas. Sea hagamos alcohólica Per nar la desechemc sión. No tras fuerza a Aun siendo poeta y haciendo el poema maravilloso, no podría hablar de otro suspiro. del suspiro de los poetas cuando no alcanzan encerrar en su obra la escala irreductible de las cosas; del suspiro que viene todos los peclios liunianos cuando comparan la felicidad obtenida. el sabor conocido, el paisaje visto, el amor feliz, con las felicidades que soñaron, que no se realizan jamás. que no ofrecen uunca la realidad y que todos forjamos en inútiles ensueños!
JOR ASUNCIÓN SILVA Em dientes ap BRILLANTES HONORARIOS De nuestro ocultemos del celemí Evi tros recur 10. a ¿Cuánto se le pagará los médicos del Rey de Inglaterra, especialmente Sir Frederick Trevés, quien le hizo la operación con habilidad incontestable?
Difícil es hallar antecedentes, dado que no se ha presentado nunca el mismo caso ni las mismas circunstancias. Sin embargo, se recuerda que Sir William Gull, quien salvó en 1871 de la fiebre tifoidea al Principe de Gales, se le pagaron diez mil libras esterlinas.
Sir Morell Mackenzie, llamado curar un cáncer de que padecía el Emperador Federico de Alemania, recibió medio millón de marcos.
Los tres médicos de la Reina Victoria, en su última enfermedad, recibieron cada uno 60, 000 francos. Los del Rey Humberto de Italia, 50, 000 libras. El Doctor Laponi se conformó con doce mil, que le dió el Papa, por haberle extirpado un quiste.
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