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ENEO lizar sino un endió nueva. y prosigió npresionaba: mo para llaepliqué tan vate, lo que. Quereis más ejemplos? Hé aquí otro: Ēn Milán se conserva aún la cabellera hermosa de Lucrecia Borgia. el esplendor viviente de esos cabellos muertos es tan grande, que Lord Byron se enamoró perdidamente de ellos y como un vulgar ladrón. se robó una guedeja que conservó toda su vida!
Con un tacto sutil, el artista hace la diferencia exacta entre los afectos análogos, como entre los colores fines.
Sabe que el amor de la rubia es poético, delicado y soñador; tiene como digno marco el azul de los cielos, la apacible claridad de la luna y el color de la rosa.
Que el amor de la beldad morena es sensual, ardiente y hasta feroz; tiene el don supremo de enloquecer tal punto los sentidos, que cuando se le estrecha en delirio, se creería abrazar Dios!
El afecto de la mujer de cabello rojizo es el champagne del amor: tiene el ardor exuberante de aquel rey de los vinos, y de su espuma tiene la duración.
El poeta sabe todas esas cosas, y muchas otras, esplendorosa niña: sólo él es susceptible de apreciar la santidad de la augusta desnudez; él sólo es dado ver y admirar en la volnptuosa arcilla de Eva, la marca sublime que en ella dejaron los dedos del divino estatuario. Mortal que vive en acecho infatigable de las relaciones íntimas del alma de los seres y de las cosas, mira la mujer como la fuente inagotable de sus inspiraciones. Guardián conciente colocado en la puerta misteriosa de la vida intensa, dos clases de satisfacciones busca el hombre de intelecto en la que sea su amante: la una, que la da solamente una forma artística y escultural, es puramente estética; la otra, que es hija del fino y sutil talento de la mujer cultivada, es sobre todo intelectual. como rara vez ambas condiciones se ven reunidas en una misma eva, resulta que el artista se ve obligado a vivir entre dos amadas: una para el cerebro, y la otra para los sentido!
Pero en uno y otro caso, niña primorosa, tened por seguro que los goces que os invita mi ser no son nacidos de la vulgaridad, ni están al alcance de todos los hijos del Hombre: Son, por el contrario, en la oscuridad de la vida corriente, ventanas luminosas que dan vista sobre el infinito más allá. siendo, como soy, un unigido de Dios, sabed que al brindaros fervoroso los afectos más vivos de mi alma, os ofrezco reunidos en uno solo, para el mayor éxtasis de vuestro espíritu, todos los amantes y todos los amores!
tro, palideció saya visto la a su destino.
ejército del ez ese genio d, repito, lo »s: sé menos do, no llores la sangre.
morir podas. desgo la mano entonces el te el tiempo Así habló ese día Mauricio de Kaunitz. terminó el huésped de Sudermann. Y no le preguntaste cuál había sido el final de esa aventura. interrogó uno de los otros.
Fot. Paynter Bros. Claro es que se lo pregunté. qué dijo. Entrando en su acostumbrada reserva de tumba, con cierto aire misterioso y satisfecho, me replicó. Ese final es precisamente el comienzo de mi próxima novela, que llevará por título: La Estatua.
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