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cho a mi Ud, sab Mai il la razón!
apuntarm. Cállate, por Dios, y déjame en paz! Esto anda mal, pero no tardará en favorecerme la suerte porque he encontrado una martingala infalible. Voy apuntar los números. Voy jugar al día del mes y la edad del Príncipe de Mónaco. Estoy segura de ganar. Bonnet espera resignado. Por qué no ha de abrigar confianza, ya que su mujer tiene la seguridad de triunfar?
Sin embargo, el bueno del tendero se inclina tánto hacia su cara mitad que está punto de caer sobre ella. Para sostenerse se ve obligado a apoyarse en sus hombros. Qué desdichado eres! Me has traído la mala suerte. Otros doscientos francos perdidos. Dame todo lo que te queda. Pero mujer, no me quedan más que trescientos francos. Bueno, dámelos. Con eso me basta para el desquite y algo más. Voy jugar dos números, y si gano me pagarán diez y siete veces lo apuntado.
Cinco luises sobre la edad de tu hermano Julio y otros cinco sobre la tuya: el 34 y el 35.
Gira la ruleta, y el empleado dice. El número 21. Demonio! exclama Bonnet. Detente, hija mía. Mira que si perdemos lo que ahí te queda, tendría que telegrafiar mi cajero y esto produce siempre muy mal efecto. Déjame en paz, hombre. Tú no sabes lo que te dices! No es posible perder siempre. Ya verás. Voy apuntar ahora al número de inis años. Pero vuelve la cara al otro lado. No mires, porque echaríamos perder la combinación. Bonnet se separa Finca en Guatemala dócilmente, vuelve el rosPropiedad de don Rodriguez tro y espera con impa.
ciencia el resultado de la jugada. Está sumamente nervioso y dice para sus adentros. El caso es que si saliese el 33, como Margarita tiene treinta y tres años cumplidos, ganaría de un solo golpe siete mil francos. Una friolera!
Con esa cantidad podríamos comprar la casita de campo de Chalon que tánco nos gusta. El 33. grita el Jefe de la partida. Dios sea loado! exclama Bonnet ¡Hemos ganado!
El tendero de la Calle de Aboukir está tan hondamente emocionado, que se ve obligado contener con la mano los latidos de su corazón.
Loco de contento, vuelve la cara para contemplar el rostro de su muer, que supone radiante de alegría. Pero nada de eso. Margarita se levanta lomo movida por un resorte, y al pasar golpea con su sombrilla el cráneo le un caballero muy corpulento que se halla de pie detrás de ella. Imbécil! le dice en voz baja ¡Ud. es quien me ha hecho perder. Yo?
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