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ENERD Don Manuel Escalante e!
ARNIER El día 22 de noviembre de 839, don Rafael Escalante y doña Mercedes Castillo, recibieron en sus amorosos brazos al rico presente que debía ser más tarde el ilustre y venerable anciano don Manuel Escalante.
Cualidades muy hermosas heredó de su padre don Rafael Escalante, el noble y valeroso militar. que dicho sea de paso) siendo aún muy joven defendió con valentía el Cuartel de Cartago cuando fué tomado por los Imperialistas; y que apenas pasados los primeros años de la vida independiente de Costa Rica, fué enviado por el Gobierno Federal que acababa de establecerse aquí, Guatemala y la cabeza de doscientos hombres, donde poco tiempo después de su llegada estalló una terrible revolución, la cual combatió don Rafael y se portó con tal bizarría que el Gobierno Guatemalteco envió al nuestro un caluroso aplauso por la marcada valentía del gran militar costarricense. Fué don Rafael Escalante un distinguido caballero y cúpole la honra de ser Vice Presidente de la República de Costa Rica.
Si fijamos la mirada en el retrato que acompaña este escrito, podemos ver perfectamente que, en su rostio tan lleno de jovialidad, había encerrada una gran inteligencia, una alma noble y pura y un corazón bermosísimo; prendas que heredó de sus padres, y que así mismo trasmitió sus adorados hijos.
Desde muy tierna edad mostró dotes de gran talento y aplicación en los estudios; y una vez terminados los que babían de formar la base de su saber, emprendió viaje en 1854 Henover (Alemania) donde llevó término con toda felicidad su carrera, graduándose en Don Manuel Escalante Comercio Idiomas, en uno de Fallecido hace poco en esta capital los mejores colegios del viejo Imperio Alemán. Aprendió con perfección además del Comercio, el inglés, francés y alemán. Tres años después regresó Costa Rica y al seno de su querida familia.
Muy halagüeño porvenir le sonreía al señor Escalante, confirmándose su dicha el año de 861 cuando se cumplieran sus más anhelados y bellos votos al unirse en los sagrados lazos matrimoniales, con la distinguida y virtuosa señorita Liduvina Fernández, que había de ser, por espacio de casi medio siglo su fiel y amorosa esposa, que le acompañó hasta el último instante; siempre alegre y risueña, tanto en los días de bonanza como en los de adversidad.
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