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ENERO con la ventana lento fresco de su deber hoy, la redonda, le ta en su cama por la fatiga ate de oro que erciopelado de rvidumbre, ni idía la voz Estallaron una na rama rota El hombre no respondió; pero las piedras puestas al pie de la pared le acusaban.
Había venido para robar, quizá para matar, no ser por Black. Arroja ese cuchillo, dijo el doctor.
El hombre callaba. brumado, respondió con voz bronca. Llame usted al perro. Me ha mordido un brazo. Aquí Black. Atrás! Arroja el cuchillo y da vuelta los bolsillos.
El hombre vacilaba. El perro no te hará daño ni yo tampoco. Haz lo que te digo.
El hombre obedeció. Arrojó el cuchillo que se clavó en el suelo, y al poco tiempo una ganzúa y un cortafrío. El doctor los recogió y dijo. Baja ahora. Black acuéstate!
El perro se acostó gruñendo.
Al bajar el desconocido cambiose la voz del doctor. Por qué has venido por ahí? No tenías más que llamar a la puerta golpear en los postigos. Yo no dormía y te hubiera abierto. Has tomado un mal camino. con una autoridad ruda y suave la vez añadió. Has entrado como un enemigo y por eso te ha mordido Black. haber entrado como un amigo, te hubiera acariciado. No es verdad, Black?
Tomó la mano ensangrentada y la reconoció. También la muñeca? Dos famosas dentelladas y sin el árbol protector.
Reapareció el médico, el buen médico que curaba y aliviaba. Voy curarte. cuando terminó su operación díjole el doctor. Cómo te llamas. Praeger. Tienes hambre? sin esperar la respuesta continuo. Siéntate.
Sacó del armario pan, un resto de fiambre, una botella de vino, puso delante del hombre un plato y un tenedor; luego al ver que él no podía servirse, le partió el pan en pedacitos, le cortó la carne y le sirvió vino.
Come y bebe cuanto quieras.
El hombre había trocado su expresión salvaje en la de una sorpresa extraña. Miraba la carne, el vino, al doctor que le contemplaba con mirada llena de tristeza y Black que ya no gruñía, pero que acostado debajo de la ventana, parecía que le vigilaba con mirada fija.
Empezó comer lentamente, pero no pudo tragar ni la carne ni el vino.
El doctor le alentaba, diciéndole: Beba, amigo.
Pero el hombre no pudo beber, le dió un hipo de angustia y corrieron por sus mejillas dos gruesas lágrimas. Intentó sonreir y dijo, enjugándose los ojos con el reverso de la mano, y reflejando en su rostro esa ironía extraña que usan veces los mendigos. Puede que me haya equivocado. Por la noche no se ve.
El doctor movió la cabeza. Su compasión se hacía más profunda y punzante, y pensaba: Es verdad, de noche no se ve. Cuántas conciencias obre el árbol; iones, aterra.
leseo de arromordida por 879
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