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EURO jándole. Pero sta la puerta rabillo y del lel dueño y, emor o impaERANCE. un frío glacial. Dió un grito que despertó Rosa y puso la perrilla derecha y gruñona. Estaba muerto, sí, muertecito como un angel, como lo que era. La madre. pues la madre no dijo nada: volvió a caer de bruces y lloró. No había de llorar!
Del bolsillo de su chaqueta sacó Antonio su no muy limpio pañuelo llevándolo los ojos. qué adentro llegaba la puñalada!¡Y cuándo, Señor, cuándo! Aquella noche se había acordado la huelga por solidaridad y compañerismo. Así se lo dijo Rosa entre sollozo y sollozo, cuando sintió, en la mano que pendía sobre la cama una dentellada. La perrilla, sí, Perlina, la cariñosa y humilde Perlina le había mordido y seguía enseñándole los dientes.
Brilló un relámpago en los ojos de Antonio, pero la blasfemia no llegó los labios: la blasfemia nó, pero sí un ijmaldita sea. ronco y rabioso. quién maldeciría Antonio. la perra. la huelga. la solidaridad. Váyase saber.
Diciembre 1904 CÉSAR NIETO La Cueva Presentamos hoy los lectores de «Páginas Ilustradas» un fotograbado de la renombrada cueva que existe en la Península de Nicoya. Encuéntrase en las faldas de un cerro que lleva su mismo nombre. La Cueva, distante 212 horas de camino, caballo, en dirección de Pozo de Agua.
Antes de llegar dicho cerro se pasa un bosquecito, y la salida de él, preséntase la portada de la cueva, que es imponente por su aspecto y dimensiones. Mide metros aproximadamente de alto por de ancho.
Sigue luego un cañón de 30 metros de largo, en cuyo extremo sufre una bifurcación; a medida que avanza va disminuyendo de altura, hasta que en el fondo puede tocarse facilmente la pared superior.
El interior de la cueva está tapizada por cuerpos cristalizados, principalmente carbonato de cal y os. Con qué caprichosas estalactitas que gracias a la poquísima luz que hasta cto. El enfer ellos llega comunican las pareto.
des un aspecto brillante.
Los moradores de aquellos alrededores conocen muy poco aquella Antonio abría curiosidad, pero no faltan los cuena luz que del tos y las leyendas, entre ellas diu hijo, con la cen que hay en el interior de esa uces sobre la cueva indios de oro de muy feo el lecho entre La Cueva de Nicoya abiertos ojos recodo cuidan y defienden unos aspecto que apostados uno en cada seguramente tesoros encerrados en las entrañas del cerro, donde sólo se llega por dos dió Antonio grandes huecos.
Los que tomaron esta fotografía pueden asegurar nuestros lectores, Todo lo pausa que no existen tales indios ni tales tesoros, porque ellos practicaron un exabidez al sentir men detenido y nada encontraron ni siquiera muestra de los dos huecos.
San José, Abril 29 1905.
ama.
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