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ENERO ágara ne en 900 caLas recepciones de Roosevelt Alberto Sabine ha publicado un libro, Roosevelt íntimo, cuyo título indica suficientemente su objeto.
La Casa Blanca, residencia del Presidente de la República Norteamericana, está abierta todos los ciudadanos, y desde las diez de la mañana los visitantes que desean saludar al Presidente, hablarle de sus negocios o simplemente verle por curiosidad, invaden el Palacio Presidencial centenares.
Allí hay de todo: senadores, diputados, funcionarios, curiosos, turistas extranjeros, etcétera.
Hay senadores que llegan acompañados de electores influyentes para tratar asuntos locales pedir favores, y otros que llevan allí suis electores para que vean al Jefe del Estado.
Roosevelt hace una corta aparición, habla uno de los senadores y para abreviar estas ceremonias, 110 aguarda que le den la mano: la coge y la suelta en el acto, y así se acaba más pronto.
Para despachar sus visitantes Roosevelt emplea un sistema especial: no introduce a nadie en Calderong su gabinete, sino que sale al Costa Rica salón y fijándose en cualquiera de los concurrentes se dirige él; el visitante expone el objeto Annetta Fontana, de su visita, casi siempre en voz baja y con aire misterioso; RooPrimera tiple dramatica sevelt le escucha con paciencia, pero al contestarle lo hace en alta voz, de modo que todos puedan enterarse de la pregunta y de la respuesta, y como la mayor parte de las visitas tienen un fin interesado no tienen ningún objeto, los visitantes van desfilando a la inglesa, para no verse en el caso de que se descubran sus propósitos, y al poco rato el salón queda libre; generalmente al sexto personaje quien el Presidente recibe, no hay una alma en el salón, y así puede Roosevelt dedicarse cosa de más provecho que recibir visitas.
iña el solas; id, no si de la que eces y campo ompaseñora iempo. mas FILÓSOFO VENCIDO. Hallábase muy ocupado en su estudio un filósofo instruido, cuando entró una niña pedirle un poco de fuego. No tienes más que tomarlo, le dijo el filósofo, y mientras que buscaba algo en que ponerlo, la pequeña niña se dirigió la chimenea y se echó un poco de ceniza fría en una mano mientras que con la otra colocaba sobre la ceniza algunas brasas. Al ver esto el sabio, dejó caer sus libros esclamando admirado: Con toda mi ciencia no se me había ocurrido este método.
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