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con sencillez uerpos soberS.
a obligado en esta ciuran parte de que les da su en el ayudo nodrizas que as señoras res desconosería difícil allá, en la lucha terrible por el bienestar, no encontrará el rostro adorable de aquella mujer querida que mecía con cariño su cuna entonando canciones tiernas y amorosas.
Muchos son los que caen, débiles incapaces para sostenerse en la batalla constante de la existencia; y esos pobres seres quienes, desde pequeños, faltaron las caricias maternas, no encuentran el inmenso consuelo, la valiosa voz de aliento que sólo la madre, con su fisonomía sonriente, puede conceder.
Federico Mazzuoli, al hablar del deber de la maternidad da este bello consejo a las mujeres de Italia: La madre debe infundir en su hijo la bondad, rodearlo con sus miradas cariñosas toda hora para que así él comprenda que posee, en cada momento de la dolorosa batalla de la vida, un refugio en donde el mal se aplaca, las heridas se curan y las esperanzas renacen. Madres, no abandonéis vuestros hijos. La vida de ese modo será más bella. en verdad, madre querida, mi vida ha sido siempre bella. La pureza de tus miradas, la ternura de tus sonrisas y la armonía de tus palabras han constituido la belleza de mi vida y es por eso por lo que suspiro por volver a tu lado para mirarme en tus ojos, para oír tus consejos y para besar esa boca de cuyos besos aun siento en mis labios la dulzura incomparable.
es, para las ientos mayonecesitan su eras de cababellas regiole París, de ca en Cornean fatiga de belleza de sus por las inoJOSÉ FABIO GARNIER EL DISCIPULO al sacrificio, onsecuencias ensar.
a que dirige era palabra, cuando por ia, no llevará que fué su muchos de ndolente, ha llimento sin sa de mucho do se ve la resignarse les agrada Cuando Narciso hubo muerto, se convirtió la fuente de su alegría, de un cáliz de agua dulce en un cáliz de amargas lágrimas, y las Oreadas, llegaron llorando, al través del bosque, cantar sus canciones a la fuente y traerle su consuelo. cuando vieron que la fuente se liabía convertido de un cáliz de agua dulce en un cáliz de amargas lágrimas, soltaron las trenzas verdes de sus cabellos y lloraron y dijeron. No nos extraña que tú llores también la muerte del amado, pues él era bello. Era bello Narciso. preguntó la fuente. Quién podrá saberlo mejor que tú. respondieron las Oreadas. nosotros nunca nos miro pero tí te buscaba. En tu orilla yacía él, y hundía en tí sus miradas y en el espejo de tus miradas veía su propia belleza. la fuente respondió. Pero. yo amaba Narciso porque cuando yacía en mi orilla y hundía en mí sus miradas, veía yo en el espejo de sus ojos sólo su propia belleza. 967 e la nodriza or de la ciencon sus mil dad, con sus

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