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LO ras de la mañana se verifica la procesión, una de las pocas procesiones que el espíritu avanzado del boloñés ha olvidado suprimir.
Las calles quienes toca el restauro, se ven completamente llenas de gentes: ricos y pobres, artistas y profanos, todos interesados observando los menores detalles de los edificios, deteniéndose con atención ante las espléndidas fachadas de los elegantes palacios que tanto abundan en Boloña. La arquitectura es objeto de muchas conversaciones, las pinturas ejecutadas en los patios y en los corredores de las casas en los muros y en el plafón de los templos son apreciadas en su valor, y fuera, la música completa el cuadro de esa fiesta artística listórica, dejando oír las hermosas concepciones de Verdi, Donizetti, Wagner y Meyerbeer. Cada casa, con su aspecto serio sonriente según la arquitectura que en ella predomina parece decir las vecinas que sus galas no pueden ser igualadas y, más allá, un viejo palacio, nido de nobles tradiciones, mira compasivo todas las fachadas cercanas como buscando en ellas el detalle que recuerde un suceso lejano la puerta por donde entraran los sabios y los poderosos de tiempos que ya se olvidan.
El Municipio to ma parte también en esa fiesta, arregla el pavimento de las calles y cede gustoso los fanales más adornados que posee para que en la noche, aquella sección de la ciudad presente un aspecto estraño, misterioso. La infinidad de luces de colores dan mayor animación a los festejos haciendo recordar aquellos cuentos fantásticos que, con su voz casada, nos refería la abuelita, allá en noches lejanas, muy lejanas.
Esta fiesta encantadora me recuerda las fiestas que año tras año y desde hace mucho tiempo vienen celebrando las diversas ciudades costarricenses.
En primavera y en verano la ciudad boloñesa, efectúa sus fiestas cívicas con ejercicios gimnásticos, concursos artísticos y pirotécnicos, exposiciones industriales y agrícolas, veladas literarias, representaciones líricas y dramáticas; como ves, siempre diversiones atrayentes y moralizadoras.
No comprenden los boloñeses el placer que puede sentirse en una plaza de toros en una cancha de gallos y cuando se les liabla de esas diversiones que tanto entusiasman los pueblos hispano americanos, manifiestan su extrañeza culpando los gobiernos que permiten semejante perversión en las fiestas populares.
Sería de desearse que en Costa Rica se implantaran esas fiestas hermosas que ennoblecen los pueblos que las celebran y así no tendríamos que quejarnos como veo que lo hacen amenudo los periódicos costarricenses del inal aspecto que presentan varias casas y calles de la ciudad y al mismo tiempo la juventud, que analiza cuanto ve, se educaría en un ambiente de respeto tanto los individuos como sus habitaciones.
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JOSÉ FABIO GARNIER 990

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