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quetzal y los República, y EN EL JAPON LA VELADA DE LOS MUERTOS das elásticas romper vin radio de un os únicos ani aves pequemercado aves os que quisie1 y 3, y las torgarse sino sobre las aves Los cementerios en el Japón están cubiertos de verdura y de flores.
Sus tumbas tienen fechas conmemorativas para conservar el recuerdo de los difuntos.
En Nagasaki produce el más imponente efecto el día de difuntos.
Esto se debe a la situación topográfica en que se hallan colocados los cementerios.
La ciudad se extiende al pie de unas montañas, en cuyas pendientes están situados éstos.
Diríase que allí hay dos ciudades: la de los vivos, en la llanura, animada por una multitud efímera; en la montaña, la de los muertos con su calma solemne. fines de agosto se celebra la fiesta de los difuntos.
Esta dura tres noches.
En la primera se ilumina, por medio de faroles de papel pintados de distintos colores, las tumbas de las personas que han muerto en aquel año que acaba de transcurrir.
La segunda y tercera noche, todas las tumbas, sin excepción, se iluminan del mismo modo, y todas las familias de la ciudad van instalarse en los cementerios, donde se entregan copiosas libaciones en lionor de los difuntos.
También se tiran cohetes lanzados al aire.
Los residentes europeos se trasladan a los buques que hay en la rada para contemplar desde lejos el espectáculo fantástico y aterrador que ofrecen las colinas iluminadas por los rojizos resplandores.
La tercera noche, la noche secreta, las de la madrugada, se ven, derepente, prolongadas líneas de luces que descienden desde la colina en línea recta y se agrupan orillas de la bahía.
Entonces vuelve reinar en la montaña la sombra y el silencio.
Es preciso que los muertos se embarquen y desaparezcan antes de rayar el día: se han hecho para ellos miles de barquitos de paja, cargados cada cual de frutas y monedas corrientes; cárganse las frágiles barquillas con los faroles de colores encendidos, que sirvieron para iluminar los cementerios, y la brisa y el movimiento de las olas hacen que bien pronto se quemen todas y desaparezcan trazando en todas direcciones anchos surcos de fuego.
Así se despiden los espíritus de la tierra.
Al salir el sol ya no queda huella de lo que ellos llaman velada de los mucitos.
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