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Pá AÑO 11 Eran dos invitados de su marido, dos jóvenes, seducidos también por la dulzura de aquella noche encantadora. Qué dirían ellos, si la vieran asi, aquella hora y con aquel traje? Por desgracia ellos venían justamente por el único sendero que conducía al castillo. Imposible regresar sin ser vista. Los ramajes no tenían bastante espesura para ocultarse. En un instante, la baronesita se creyó perdida.
Era necesario salir, no importaba cómo. La audacia salvaría la necesidad. Le vino una idea, desde luego vaga, casi irrealizable, que poco poco aclaraba. Se acordó que el viento del invierno pasado había tumbado una estatua. Por qué no ocupaba ella el lugar de la ninfa derribada? El proyecto era osado, pero ella no podía escoger otros medios.
Ligera corrió hacia el pedestal. Dejó sus últimos vestidos y quedó desnuda en medio de la noche. El brazo derecho levantado, la pierna derecha ligeramente arqueada, y el peso del cuerpo sobre la izquierda, semejaba una diana cazadora. diez pasos de ella, parecía una verdadera estatua. La noche bastante oscura, completa ba la ilusión.
Temblando, esperaba con los ojos cerrados para no ver a los que iban pasar. Algunos metros de césped la separa bani del camino por donde los jóvenes avanzaban, fumando cigarrillos. Cuando estuvieron cerca, le pareció que su corazón no palpita ba. Uno ellos dijo al amigo. Mirad qué lindo mármol. Este hizo un gesto. Sí, es viviente. Mirad cómo la línea de las caderas es flexible, y cuan graciosa es la actitud. La baronesita sentía las miradas posadas en ella, en contorno de las curvas y enrojeció de vergüenza, de miedo y también pudiera ser, del placer al ser admirada.
Los paseantes siguieron el camino. El ruido de los pasos disminuía con la distancia. Pero cuando desaparecieron, la baronesita no se precisó por quitarse del pedestal. Confundida y al mismo tiempo embriagada por el peligro que había corrido, quedó inmóvil, temerosa, casi sin moverse para no perder la sensación extraña que la turbaba deliciosamente. Hubiera querido quedarse así por más tiempo, expuesta al perfume de las rosas y la mirada de las estrellas. como permanecía en su posición, le pareció que ella misma era una estatua. Sinembargo, un minuto de reflexión la hizo volver a la realidad. Creyó que los jóvenes volverían, que pasarían de nuevo frente ella y que era prudente no co rrer el riesgo por segunda vez, de ser conocida. Entonces precipitadamente bajó del pedestal y sin hacer caso de las hierbas altas que le acariciaban los brazos, las gotitas que saltaban sobre ella cuando metía el pie en el arroyo, corrió hasta el castillo y subió las escaleras en tinieblas. Pero en cuanto estuvo sola en su alcoba, bien rebullida en su lecho, la baronesita apagó la lámpara y escondió la cara bajo las cobijas, pues se sentia llena de vergüenza y confusión.
ANDRÉ DUMAS 1040 San José,

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