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FIN DE NUBECILLAS Para Páginas Ilustradas Una nube oscura, como una gasa negra que fuera prenderse en el cabello de una viudita, pasó por entre los dos; y el sol brillante pareció aliumado, y el cielo puro se tornó gris ¡Horrible amago de tenebrosa noche! Pero ¿quién iba permitir que aquella gasa oscurona de vapor de agua se desatase con otras, en tempestad? Era locura. Por eso él volvió en el mismo día, de la finca, a la hora de la puesta de Sol, sin que sus botas se luubieran manclado siquiera con la tierra de los surcos del cafetal, y pensando mientras duraba el andar de su briosa yegua, en que un viento favorable podía descolgar uel cielo aquel tul negro y llevárselo lejos, muy lejos, donde fuera indiferente como signo de tempestad; pero no había, por el momento, brisas favorables, y el sol, que ya iba meterse en su paleta de colorines, calentaba su preocupación de hombre que había sido muy feliz, otras horas, al lado de su linda compañera, rubia y fina cual una ilusión.
Entró con inusitado ruido para no dejar duda de su presencia; las espuelas retintinearon, y casi se dirigía al gabinetito de su amada, cuando cayó en la cuenta de que era una bobería mostrarse débil ante aquella muñeca. Hubiera perdonado, concedería hasta lo último, pero no pediría.
Sin embargo el desasociego de su corazón lo castigaba cruelmente porque se imaginaba que aquella nubecilla daría pie los desdenes de ella, y quizá liasta su completo desvío de él que la adoraba tan rendidamente. ella? Entre tanto lloraba en su cuarto, como debe de llorar un pajarito cuando el compañero ha sido víctima de la llechia de un rapazue.
lo aldeano. Lloraba sin consuelo porque veía entrársele en su bogar la discordia, con el insignificante disgustillo que había causado su marido por un superfluo capricho no satisfecho. Ella que le quería, que le idolatraba al punto de haber casi perdido su fe religiosa para convertirla en constante adoración al que por sanción humana y divina tenía su alma entera. Cuánto no daria porque un vientecillo rompiera en plumones la nubecilla, la ahumada nubecilla, como despluina un gavilán su débil presa volátil, y apareciese un iris de bonanza para tranquilidad de su espíritu y goce de su amor intenso.
Ella e refleja fielme za seguir los dos vaya tentar al otr rea muy fác ¿cuál será el ro?
Por fin, riendo, no pi permanecer va, penetra samente en e de su esposo case la ca detiene: él suavemente; la boca enti ta, cúbrele superior, con pido bigote que ella cor con voluptu cer y delicic risa. La bris en el cielo de tura.
En ella inclina e y el pelo, que suelto, apei gido por peir carey, cae co Huvia de lu la cara del do, al mism po que les labios con que dice u do de reconci El despierta dulcísimas que no le di para acorda nubecillas tiempo.
pues, la grac manos, y la Despu talle, la recu gris que el En la mesa invitaban dos cubiertos comer. Sólo uno fué ocupado. El otro quedó solo, esperando su dueña. la señora? Preguntó él, sentándose, una criada que lo atendía.
Está en su cuarto. La llamé comer, pero me ordenó que le avisase usted que no bajará al comedor porque no tiene apetito.
Murmuró él entre dientes, pero comió, aunque poco y con cierta precipitación. Se levantó luego, y fatigado un tanto por el ejercicio arrunbó su dormitorio, despojóse del saco y de las botas, echóse sobre un ancho canapé rojo que muy blandamente convidaba al reposo, tiró los brazos lacia la cabeza y poco se durmió.
1048 San Jos

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