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Los grandes estrenos RABELAIS Enorme vie hijo de la gran he oído tus pa vibrar, bajo la Tu árido ros pero tu alma y cual Jesús e por la estepa, El mujik en el desierto ve volar de tus la mística libé La palabra al rebaño que el reinado ilus llena de trinos Pero tu blanc nunca verás tri tus fiures de ev tuvieron en el a Mientras en España nadie quiere ver lo que hay en la vida de un Villamediana en la muerte de tina Santa Teresa, los franceses menos ricos en abuelos prestigiosos, pero más lábiles reconstructores de pintorescos pasados, desentierran uno por uno sus muertos ilustres y los coronan de líricas rosas. En pocos años hemos visto un admirable «Cyrano de Bergerac. y uu suntuoso «Duguesclin. Hoy un. Rabelais» soberbio, completa la trinidad.
En versos sonoros y ricos, el autor de «Pantagruel. canta la vida.
Sus aventuras no son cosa extraordinaria. Se trata de un cura de aldea. Qué hazaña puede llevar a cabo? No tiene ni mantos ni espada. No intriga. No se bate. No liabla con reyes y princesas. La única vez que algunas nobles señoras se le acercan, es para pedirle que las case en secreto. Allí están; ella es una rubia flor de París; él es un gentil hombre de gran alcuruia.
iCasadnos!
Pero al mismo tiempo los padres del novio se acercan y dicen. No los caséis! otro cura viene, traido por los padres y dice también. No los caséis!
Entonces el alma admirable, el alma toda sencillez toda naturaleza del gran poeta, el alma enamorada del amor y apasionada de la poesía, estalla. en estrofas jugosas como racimos, ofrece la doncella la imagen de la existencia verdadera, contestando al otro cura que hablaba de castidad, de sacrificio, de virtud, de religión. La religión! La más bella, no más noble, la única verdadera, es la de la Naturaleza. Amemos! El amor es la comunión suprema. La belleza llena el mundo. Amemos divinamente el amor la vida! tan soberbio parece Rabelais hablando de la pasión, que Dolly renuncia casarse con su noble novio y se entrega al poeta. Pero el otro cura, que no quiere verla entre los brazos de nadie, que odia el amor, que odia las caricias, que cree que los besos sou pecados; el otro cura llama a parte la niña, y entregándole un ejemplar de «Pantagruel. le dice: Ya ves cuan grosero es ese hombre al cual quieres entregarte. Lee.
Ella lee. Que desilusión! Pero Rabelais llega y la explica cuánta pureza de alma liay entre aquellas sus obscenas páginas, y cuánta ternura entre sus enormes carcajadas. La escena es una obra maestra.
En sonoros versos liace el cuadro grotesco y trágico de su tiempo, agitando los liara pos multicolores de las gentes de almas crueles y malvadas. continúa monótono y sublime, sin temor de fastidiar. cuando termina, al cabo de muclios centenares de versos, todo su siglo ha pasado cual una visión de epopeya ante los ojos de nuestra época. Ali! Quién fuera en España capaz de desenterrar así Quevedo!
Enorme viejo mira la raya oba y cual rubi giga Es un ocaso de Flor de innúmero encendidos de odios.
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