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inqueza, muy feo ncia os, una La alborada sacaba a la tierra de su somnolencia. Por oriente comenzaban parpadear las tinieblas, rayando de oro el cielo oscuro.
Los gallos con sus clarines vibrantes llamaban la brega por la existencia. Acá y allá chirriaban las puertas de las casuchas del pueblo al girar sobre sus nabos metidos en el dintel y el umbral de sus marcos.
Allí las bisagras de hierro no tenían representantes.
En las angostas entradas de las viviendas los hombres, con la cabellera revuelta y las manos en el cogote, bostezaban echando bocanadas de valio. como queriendo en ellas ahogar la perezil. Adentro se oía restreguco de piedras y de rato en rato palmadas que repercutían acompañadas por el relinlin vidrioso de los platos empilados en mesa, al ser ésta golpeada. Eran las mozas que molian.
De pronto la monotonía de la música de aquella hora fué rasgada por un grito largo, sonoro y bien timbrado.
El grito con que nuestros campesinos anunciani, desde lejos, su llegada, la faEscena campestre en día de fiesta milia.
En la casuclia de Mor Antonio entró aquel grito como portador de la calma perdida en una larga noche de inquietud y espera; su hijo Toño regresaba de la ciudad.
Toño, mocetón robusto, alto, bien formado, de cara ancha cuya piel ostentaba la marca del sol y del aire acompañada por negro pelambre que comenzaba a nacer, era el hijo único de Por Antonio.
Desde la edad de catorce años compartía con su padre las penas de la lucha por la vida. ÑoAntonio deseo siempre que su hijo se hubiera dedicado al trabajo desde antes de esa edad; pero una ley dura se lo quitaba para hacerle perder el tiempo en una escuela que sólo un grado tenía, y en donde era forzoso repetir todos los años la misma cosa; es decir, aprender a recitar de memoria el Silabario de palabras normales y escuchar pacientemente las necedades del hombre que, por no tener otra cosa que hacer, se tuclic maestro.
ІобI uego arles esos?
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corta cuerno! ajada; y feo, ienen iempos.
irás ido. rvas beso; lijiste; te quiero!
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viere Fot. Rudd LEO.
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