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el ramaje pasa desojando los azahares de los naranjos y la nívea florescencia de los cafetos.
asomaba inmensa. piedra, apizaban astos ralaños, la treinta rompió Mañana y tarde se le veía subido en la tapia, con los carrillos reventando de risa placentera, en larga contemplación persiguiendo la doncella, pero siempre en perpetua dicha.
El 31, la caída del Sol, bañadas apenas por una luz amarilla las copas de los árboles que figuraban la orla del firmamento, estaba mayo todavía en su puesto.
La Primavera, muellemente reclinada en el césped enderezó su divino cuerpo, y, desperezándose, sonrió al enamorado que la devoraba con las pupilas. Lo llamó por su nombre con una voz de ángel, delicada como la de una flauta de cristal. Pero mayo, que otras veces había sido burlado por ella, bajó del muro con lentitud: y recogiendo con forzado disimulo las florecillas que encontraba al paso, fuésele acercando. De pronto se le echó en los brazos y se confundieron. Arrancó ella los pedazos de tul con los cuales liabía hecho su palacio, formó nuevamente su vestidura, y, envolviéndose en ese ropaje de cielo, huyó con mayo, en busca de otro jardín y caza de otras sorpresas.
ada por ares, por ayos del ina como después, diosa de que bro.
ia de el redor, y San José. 1898.
LAS ONDINAS apareció te ideal: dió en el samente.
hacia el ció para incrusto rboles, y palacios con SUIS anante Las olas se quiebran amorosamente en la playa solitaria, brilla la luna ya, y un joven caballero yace recostado sobre la blanca arena: los ensueños de su fantasía llévanle su placer.
Las bellas ondinas, cubiertas con blancos velos, salen de lo profundo de las aguas. paso quedo avanzan hasta el caballero, quien suponen enteramente dormido.
Una vuelve entre sus dedos curiosos las plumas de su airón, otra examina su tahalí y su porta espada.
La tercera sonríe y sus ojos centellean: desenvaina la espada y apoyándose en el luciente acero, contempla embebecida al hermoso doncel.
La cuarta va dando saltitos en torno él. y salmodia muy quedo: Oh!
Quién pudiera ser tu amante, querida flor de caballeros. La quinta besa con voluptuoso ardor la mano del caballero; la sexta vacila, pero luego se atreve y llega hasta besar sus labios y sus mejillas.
El caballero no es lerdo, mantiene sus ojos cuidadosamente cerrados y se deja abrazar tranquilamente por las bellas ondinas la luz de la luna.
más los de sus narla con ENRIQUE HEINE 1075

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