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afición a las bellas artes. Se distingue Heredia por la cultura de sus habitantes. Hay Casino y funcionan algunas sociedades de beneficencia que mantienen un hospital; cuenta también con acueducto, alumbrado eléctrico, oficina telegráfica y servicio diario de correos, teléfonos en conexión con los de la capital y demás provincias centrales. El comercio de ganado los miércoles es el más activo y extenso de todo el interior del país; hay casas introductoras y tiendas y establecimientos comerciales de importancia. No es Heredia la metrópoli de la provincia, como es de suponerse, y como acontece frecuentemente, que la capital de una circunscripción sea la más antigua de sus poblaciones. La metrópoli herediana es la villa de Barba, de fundación muy anterior y de impor.
tancia ya en los años de la conquista. El sitio de la actual ciudad y sus contornos tenía el nombre indígena de Cubujuquí, y así se llamó el case río primitivo, que a mediados del siglo XVIII constaba de 24 casas de teja, 80 de paja, iglesia de adobes y local para cabildo. Los vecinos pidieron la Audiencia la segregación de San Bartolomé de Barba, y para Cubujuquí el título de villa, lo que motivó seria disputa entre los dos ve.
cindarios que en demanda de sus pretensiones acudieron a la Audiencia de Guatemala. Estudiado el asunto por este alto Tribunal, su Presidente, don Alonso Fernández de Heredia, autorizó la erección de «la villa de la Inmaculada Concepción de Cubujuquí. el 19 de junio de 1763, nombre que tuvo hasta el 19 de noviembre de 1824 en que fué erigida en ciudad con el nombre que actualmente tiene, en memoria y honor del Presidente de la Audiencia ya nombrado. Ella, pues, lia dado su nombre la provincia y al cantón central. Cuenta la ciudad de Heredia con 7, 000 habitantes. NORIEGA TROZOS SELECTOS Las amigas íntimas de la humanidad son las calamidades. Mísera soberanía aquella de que presume el hombre! Tan limitados y escasos son sus bienes, cuanto innumerables y extensos sus males. Asédianle de continuo los negros afanes; laceranle sin tregua los dolores; devoranle plagas y azotes de todo género; el abismo de la muerte ábrese bajo sus pies cada paso.
Corre y corre el tiempo, y llena sus anales con las desgracias de la especie humana. Un malestar eterno persigue y atormenta al hombre. El segador en er campo, el pastor en el monte, el monarca más fuerte de la tierra en su palacio, duelense igualmente de su suerte.
Como el rayo del cielo, el fuego del suelo, el furor de las olas aniquilan en un minuto cien humildes existencias, los accidentes imprevistos truncan en un instante el hilo de oro de la más envidiada y esplendorosa vida. Escuchad, y, desde el trono la cabaña, percibiréis el eco del sollozo.
MARIANO DE CÁVIA 1078
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