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Remembranza Para Páginas Tistradas Aquí está señora una ascua luminosa en esta fragua: irradia fuego y púrpura, como una gota de agua que ha escondido en su alma al sol sangriento de la tarde; vierte en esa ascua mirra y ve cómo arde: asciende un espíritu de aroma y nos embriaga como un sutil licor.
Aquella vaga conversación de la otra tarde, mi señora, cayó en mi corazón, ascua luminosa ahora encendida por tu amor, como unas gotas de la esencia de la mirra. Con un siesnoés de indiferencia derramabas tus palabras en mi oído. Imposibles, imposibles me decías nunca ha habido para el fuerte y para el que ama. Esta frase fué una llama rosada de la aurora que encendió mi corazón.
Sabe, pues, señora mía, que es un ave mi pensamiento, volando bajo el cielo de tu vida.
No esperes que te pida nada; más bien el ave lleva para tí una ofrenda azahares, lirios, dichas, para regar tu senda, Se posará en los árboles floridos, sacudirá los nidos y habrá un rocío de pétalos y trinos lo largo de tu senda y en todos tus caminos.
Todo eso así, porque hubo un imposible. Eras entonces una niña: catorce primaveras encerradas en la gracia de la flor de una sonrisa.
Allá, bajo el balcón, de prisa, pasabas a la hora en que se vuelve del Colegio.
Me mirabas y sonreías: me mirabas con el regio esplendor de tu mirada. Te hallé siempre bella y distante como una ardiente estrella hundiéndose en el cielo.
Alguna vez hasta tí quise emprender el vuelo, pero me hallé tan cerca de la tierra, tan cerca de la nada que sentí cada una de mis alas desgarrada por la zarza de un tormento.
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