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e; La húmeda esponja del olvido borró mi sufrimiento.
Pero el tiempo descubrió un camino para mí, para tí forjó un destino y las cadenas que te adhieren la vida.
Nos volvemos encontrar.
Ya está perdida la hora de la dicha, perdida para siempre, mi señora, Ve esa puesta de sol: la tarde dora los trajes de las horas postrimeras, así van, doradas por el sol de tu presencia, las primeras y las últimas palabras que te he oído. Ya no hay más imposibles» el imposible ha sido.
ROBERTO BRENES MESÉN los funerales del sol El crepúsculo. Honda melancolía acongoja los cielos; ha muerto el sol, no paró mientes en la proximidad del mar y de pronto se vió que caía en él sin poderse contener. Ha muerto el sol. El rey de la luz se ha ahogado! Las naves levantan al cielo sus antenas en actitud de viudas dolientes que oran por el alma del esposo difunto. Corporación de nubes acuden al entierro del Rey Sol. Esas blancas son coros de vírgenes que van a poner albas rosas en su tumba: la línea brillante que las perfila es el oro de sus rubios cabellos. Aquellas pardas, que avanzan lentamente, son caducos ermitaños que van recitar preces ante la fosa. Esa nube de brillos acerados está formada por la mesnada de un caballero de Malta que va formar la guardia de honor: por eso la bruñido las alabardas y las cotas. Aquella nube que avanza mostrando un extraño ba rajamiento de combas, estrías y colores, el rojo y la gualda, el verde y la púrpura, es una corte medioeval con sus damas, meninas y pajes: sus bufones juglares y trovadores, sus doseles, penachos y oriflamas, que se trasladan en confusa banda para asistir a los funerales del Sol.
Empieza la fúnebre ceremonia. El mar con su enronquecida voz canta el «Miserere. De las naves de guerra disparan el cañonazo del Crepúsculo. Las cigarras entonan su monótona alegría; tocan oración los templos y las gentes se descubren. Un incógnito sepulturero arroja grandes paletadas de sombra en la regia tumba, y cuando la tiniebla lo envuelve todo, surge la luna. Es la lápida que una larga caravana de estrellas conduce la tumba del Sol. Sólo los poetas pueden descifrar el cabalístico epitafio escrito en su amarilla superficie.
CLEMENTE PALMA 1097
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