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Noriega las últimas naba sus y hermoso y rozando fué recli.
esmaltada ios, rivales cejas finas iraban con ro extremo tes venían el peto del ba una con los sus ca1, la Reina No era una hermosura varonil: su semblante pálido y demacrado ostentaba una ancha frente surcada por arrugas que denotaban el esfuerzo del pensamiento, y unos ojos hundidos en los que brillaba un fuego sombrío que daba tono una mirada profunda investigadora: La barba era aguda y poco poblada, y sus cabellos negros caían en desorden sobre el cuello delgado y de blancura mate aceitunada.
Hilda se sintió fascinadora ante aquel extraño personaje de expresión tan grave y reflexiva, como no se había sentido nunca ante ningún mortal; pero vuelta en sí de su estupor, avanzó valerosa hasta colocarse su lado; mas en vano, porque siguió su tarea sin levantar los ojos.
Impaciente por la indiferencia del extraño personaje, con voz alterada le hab16. Quién eres tú para penetrar de ese modo en mis dominios?
El desconocido con inaudito desdén levantó la cabeza y replicó. Niña, la tierra es mi dominio y voy donde quiera que haya un dolor. Se sufre en estos hermosos sitios? Héme aquí: pero, para qué hablarte de las miserias humanas? Nada comprenderás. Eres un loco. dijo Hilda, no sabes, desgraciado, que soy la reina de estos campos floridos, y que con sólo tocar este talismán y desear tu muerte serás pasto de los cuervos?
El extranjero volvió levantar los ojos hacia Hilda que temblo ante su dulce y profunda mirada. Niña, nada puedes contra mí. La Inteligencia y la Piedad me guían, y ellas son más poderosas que tus sortilegios. Ve desear males para tus súbditos envilecidos; yo no estoy con ellos ni lo estaré nunca.
Que este hombre se arrastre mis pies delirante de loca pasión por mis encantos, dijo Hilda temblando al tocar con sus manos la esmeralda misteriosa.
Pero el extranjero siguió imperturbable su tarea, y la Princesa contrariada al convencerse de que el talismán de los glaucos reflejos no tenía ningún poder sobre el intruso, huyó derramando lágrimas de despecho.
Los cortesanos se preguntaban esa tarde qué pena desconocida atormenta ba la encantadora Hilda que en los trasportes de su loca desesperación hirió en el brazo una de sus damas de lionor por fútiles motivos. El desconcierto y el terror estaban pintados en todas las gentes del palacio, mientras el sol se ocultaba en las ondas del lejano mar, bañando con sus rayos de oro la llanura esmaltada de flores rojas.
Los himnos de la tarde se elevaban junto con la brisa cargada de aromas; pero la inforcunada Hilda no pensaba sino en el misterioso extranjero que la había desdeñado.
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leer en el us pies ni Al despuntar el alba del siguiente día, la desconsolada Princesa, seguida de sus perros, descendió sola por la deslumbrante escala de mármoles y nácar de la terraza.
Sus ojos marchitos por el insomnio eran visible muestra de la honda pena que la devoraba. Marcha ba lentamente y apenas soportaba el peso de su corona real esmaltada de pedrería, y sólo la preocupaba la idea de deslumbrar con sus atavíos y su poder al implacable enemigo de su tranquilidad.
Llegó, y como siempre, el extranjero escribía; y como la víspera, le halló encerrado en un impenetrable mutismo que desgarraba su vaniI123

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