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р Contratiempos Para Páginas ilustrados r P es la SI 112 ca te 11 vo 111 di u el ro ре со «El tiempo está un poco bastante pior y, por lo consiguiente, los caminos muy frangalosos de barro. Esto nos contestó un campesino a quien le preguntamos por las condiciones en que se hallaba el camino de San Carlos, el martes de noviembre de 1885. Efectivamente, al comenzar el descenso de la cordillera que limita las llanuras, encontramos atascado y muerto al medio del camino, un caballo cuya apariencia indicaba que no había muerto de viejo ni de flaco. Mal presagio, decía don Ramón Cabezas, que era compañero de viaje. Esto no es nada, agregó don Eusebio Rodríguez, quien parecía adivinar lo que había de sucedernos. Nuestras cabalgaduras daban muestras de ser incansables; pero los contratiempos no dependen siempre de los animales.
Ya la noche anterior nos habíamos visto obligados a dormir en una troja de maíz, por falta de camas, y aun me parece sentir las impresiones de las mazorcas en la espalda y el hormigueo de los gorgojos que me anduvieron por todo el cuerpo.
Serían las cuatro de la tarde cuando llegamos a las llanuras, bajo un aguacero que cesaba por instantes para comenzar de nuevo con mayor fuerza. Puedo asegurar que 110 me di cuenta del camino y que la exuberante vegetación de aquellas montañas, parecía eclipsada por la niebla y por la lluvia que nos mojó hasta donde es posible, y convirtió el camino en un lodazal sin intervalos. menudo se desenraizaban árboboles corpulentos y caían, produciendo un ruido seco, semejante al estampido del cañón. Antes de llegar a la finca del señor Rodríguez, que fijaba el término de nuestro viaje, nos alcanzó la noche y se puso tan obscura, que era imposible ver siquiera las orejas de nuestras bestias y menos aún los troncos que, cada paso, se encontraban atravesados en la vereda: aquí hay una rama, decía el que iba adelante. El golpe avisa, contestaba el segundo. Aguardenme, agregaba el último, porque mi caballo no quiere caminar. Así, entre mojados y molidos, llegamos por fin las p. la mañana siguiente debía hacerse el reconocimiento del lugar y al efecto, vos levantamos temprano, cada uno tomó una taza de café, un vaso de leche, su escopeta y la resolución de volver almorzar al medio día, con lo cual los exploradores estuvimos listos y en marcha. Atrave.
samos el desmonte cercano a la habitación y seguimos por entre la montaña, haciendo marcas en los árboles hasta la orilla del río San Rafael.
Admirable en todos sentidos me pareció aquel bosque de árboles altísi.
mos, llenos de hojas verdes durante todo el año y de pájaros, mariposas y flores que confunden sus brillos metálicos. Atraídos por la curiosidad de conocer la otra orilla del río, pasamos por una vara tirada sobre las pa cía á co al יו ex ra te ch to 1132
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