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te, los campesino a camino de al comencontramos encia indidecía don da, agregó e sucederables; pero a la noche de maíz.
las mazoruvieron por yuras. bajo VO con mano y que la sada por la convirtió el aban árboe al estamez, que fijatan obscuas y menos en la vereavisa, conte mi cabaos por fin piedras y seguimos el curso de las aguas distancia como de cincuenta metros de la margen derecha. La cacería nos obligó separarnos un poco más, pero sin dejar de oír el murmullo del río. Cuando se pensó en regresar, cruzamos de muevo el cauce, saltando sobre piedras, en la creencia de que lo hacíamos abajo de la vara atravezada que nos sirvió de puente: por desgracia nos hallábamos arriba y no lo nota mos hasta que estuvimos bien lejos del río y sin poder volver sus orillas. La lluvia, la tormenta, el hambre y la sed nos acometieron, y aunque caminamos sin detenernos un momento, hasta las seis y media de la tarde no caímos en la cuenta de que nos habíamos alejado muchos kilómetros del campamento. Aquí nos quedamos, dijo Rodríguez, que reconoció un tronco caído sobre un barranco. Las condiciones no podían ser peores: lluvia constante, falta de alimentos, cansancio, carencia de fuego, la pólvora mojada, las botas llenas de agua y por toda habitación la raíz de un árbol en medio de la selva; como única luz, teníamos unos troncos podridos, cuya fosforescencia nos indicaba la marcha del minutero; cada una de sus vueltas revivía en nosotros la esperanza de ver salir de nuevo el sol. Encantos de la naturaleza llaman los poetas todo lo que nos rodeaba! Yo he gozado recordando las peripecias de aquella excursión; pero también es cierto que los militares gozan con el recuerdo de un combate en que perdieron su brazo derecho. Así es la imaginación humana! las cinco de la madrugada comenzaron gritar los congos, las pavas y las loras, nosotros, aprovechando las claras del día, emprendimos la marcha de regreso, siguiendo una picada que don Eusebio conocía. Qué sabrosa nos pareció el agua de una quebradita que hallamos nuestro paso! Llegamos al campamento eso de medio día; por lo que mí respecta, puedo asegurar que jamás he comido, bebido, ni dormido con mejor gana, que el día once de noviembre de 1885.
De regreso al día siguiente, pernoctamos en el Zarcero, donde el aire se mantiene lúmedo y frío en esa época del año. Yo no sé francamente qué fué peor, si la dormida en la montaña, sobre un cuero de res extendido en el suelo, excesivamente duro y pelotoso durante las primeras horas, y mojado y hediondo después de media noche, porque debe tenerse en cuenta que, como atractivo final del paseo tuvimos un baño de goteras que convirtió la sala de nuestro dormitorio en un verdadero charco. Estas son, grandes rasgos, las penalidades que pueden sufrirse en un viaje de tres días, cuando en lugar de tiendas instrumentos se lleva la esperanza de hallar en todas partes acomodo.
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