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Zscensión al Volcán Irazú cu ja!
Er su na de llo 1111 ta tie el qu vis pu sic en Daban tres campanadas los relojes de «la muy noble y leal ciudad de Cartago cuando salíamos de la población para marchar de frente al Norte, siguiendo el laberinto de callejuelas llamado el Arrabal. La noche estaba oscura y fría; una niebla densa ocultaba por completo los rayos de la luna; la llovizna hacía reflejar sobre los empedrados de las calles la escasa luz del alumbrado público: todo parecía un augurio de mal éxito en nuestra proyectada ascensión al Irazú.
Don Enrique era joven, de sangre sajona, capaz de arrostrar grandes penalidades, aunque su poca costumbre de viajar por nuestras montañas nos hacía pensar que llegaría fastidiarse antes de amanecer; Manuel, muchacho de veinte años, capaz de caminar dos días seguidos sin fatigarse y sin probar bocado; y don Carlos, nuestro guía, alemán como de cuarenta años de edad, tan poco comunicativo que parecía no formar parte de la cabalgata. Cuando se viaja con personas de esta clase no hay malestar ni cansancio. nadie se le ocurrió pensar que el temporal nos acompañaría hasta la cima de la montaña. Estábamos decididos subir y, naturalmente, la niebla nos dejaría libre el paso. En efecto, las cuatro de la madrugada salimos de la región de la niebla. Qué noche tan bella! Un cielo azul, sin nubes, tachonado de estrellas, iluminado por la luna que nos enviaba sus rayos verticalmente; el viejo valle del Guarco quedaba atrás cubierto con una inmensa sábana de nubes que parecían copos de algodón, un anchuroso río que nos separase de las montañas situadas al Sur de la antigua metrópoli. Para el que viene de las calles de Londres Nueva York, para el que vive en los cafés y salones de baile, esas vistas deben de ser sublimes; allí es donde se olvidan las pequeñeces de la vida, y el alma se entrega por completo la contemplación de la naturaleza.
Serían las cinco cuando pasamos por Tierra Blanca: todas las casas estaban cerradas, sólo una tenía las puertas abiertas; algunos hombres salían al corredor y las notas cansadas de un acordeón, acompañado de guitarra, indicaban que la gente se divertía adentro. medida que subíamos, los caballos acortaban el paso: la tierra blanca y arcillosa se cambió en polvo finísimo, que la menor ráfaga de viento se levantaba con la misma facilidad que el humo. Rara vez se pueden observar cambiantes tan completos como al subir al Irazú: primero la parte pedregosa de Cartago, luego la arcilla resbaladiza de Tierra Blanca, después el polvo finísimo y el suelo relativamente plano de los maizales y papales: más arriba, entre los 2, 200 y 3, 000 metros de altura, la región de los robles, y por último los arenales formados en su mayor parte con las escorias del volcán reducidas fragmentos diminutos, donde apenas se desarrollan las plantas alpinas.
Fácil sería reseñar las zonas vegetales, porque ellas han sido estudiadas por (Ersted, Frantzius, Pittier y tantos otros. Stephens y Lawrence, por ejemplo, visitaron el volcán desde hace sesenta y cinco años.
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