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ta en ujas, as de ados, ro de arios.
ellas nosocon todo lo que pensamos, sentimos y ejecutamos, descubrimos muy prontto cuáles son las cosas que arrojan luz sobre él y cuáles las que lo sumerjen en espesas sombras, cuáles las que lo guían y cuáles las que lo extravían. Descubriremos, asimismo, cuáles son las cosas que lo nutren y desenvuelven y cuáles las que lo atrofian; cuáles las que lo atacan y cuáles las que lo defienden. Queda caso reducida la justicia un mero instinto humano de conservación y defensa. Es, por ventura, el producto más puro de nuestra razón, más bien debemos mirarla como compuesta de cierto número de aquellas fuerzas sentimentales que tan a menudo son acertadas aunque se opongan directamente nuestra razón; fuerzas que son en sí mismas algo así como una razón más vasta inconsciente, a la que nuestra razón consciente invariablemente ajusta su aprobación, sobresaltada cuando se ha elevado a las alturas desde donde esos homogéneos sentimientos habían contemplado largamente lo que en sí misma no podía alcanzar a ver. Está la justicia subordinada al intelecto mas bien al carácter?
Todos los hombres a man la justicia; pero no con el mismo amor ardiente, fiero. exclusivo. No todos ellos tienen, tampoco, los mismos escrúpulos, la misma sensibilidad las mismas convicciones profundas. veces encontramos personas de instintos altamente desarrollados, en las que, sin embargo, la noción de lo que es justo o injusto es infinitamente menos delicada, menos claramente distinta, que en otras cuyo intelecto parece, más bien, mediocre. Esto consiste en que en tal caso juega el principal papel esa parte de nosotros mismos tan poco conocida como mal definida, que llamamos carácter; y todavía es difícil decir qué dosis de intelecto, más o menos inconsciente, debe ir, necesariamente aparejada un carácter que es, sin afectación alguna, honrado.
La cuestión es dar incremento, dentro de nosotros mismos, nuestra se: de justicia, y es indudable que en los comienzos, nuestro carácter resulta menos directamente influenciado por nuestro deseo de justicia que nuestro intelecto: sobre el desenvolvimiento del cual ejerce control en no pequeña medida, ese deseo señalado. La cooperación del intelecto por otra parte, que siempre está atento reconocer y estimular nuestra buena intención. es necesaria para esto, a fin de que penetre en nuestro carácter y contribuya moldearlo.
Esa porción, por consiguiente, de nuestro amor la justicia, que depende de nuestro carácter, producirá también beneficios al pasar través del intelecto, porque en la misma proporción que el intelecto se eleva y adquiere ilustración, así tendrá éxito aquel sentimiento, en dominar, iluminar y transformar nuestras mentes. Cómo aumentaremos y purificaremos, pues, dentro de nosotros mismos, el deseo de justicia?
Tenemos un concepto, algo vago, del ideal que pudiéramos aproximarnos; pero. cuán muda ble todavía y de contra ilusorio es este ideal! Rebájalo, todo lo que aun es desconocido para nosotros en el Universo; todo lo que no percibimos sólo percibimos de un modo incompleto, todo lo que inquirimos demasiado superficialmente.
Aprendimos a conocernos nosotros mismos, restringir nuestra acción hasta el momento en que lo hayamos logrado, y sólo actuando entonces de acuerdo con todos nuestros deseos: cuidando siempre de no hacer daño a nuestros semejantes, así lograremos saber al fin lo que es la justicia.
MAURICIO MAETERLINK 1157 un to. la tros ente iviecla

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