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Sugestiones Para Páginas Mustradas Los chicos de la aldea lian comido temprano como de costumbre y ahora les queda por delante toda la tarde para jugar. Los veo reunidos en la plaza pública de la aldea, junto a un pozo cegado que hay en el medio. Ya jugaron mucho a la pelota y están rendidos. El juego los niveló todos, borró las diferencias entre unos y otros; cariñosa y desinteresadamente los había asociado un rato. Otras tardes jugaron al foot ball con entusiasmo.
Tres días antes se entretuvieron poniendo pelear los más chicos: entonces fueron feroces: empujaban un combatiente sobre el otro para irritarlos, los separaban para ver si se habían lastimado las caras con los trompones, discutían gritos y por fin al derrotado, que lloraba, lo silbaban despiadadamente.
Otras veces ensayaron la puntería con piedras y sobre un blanco de papel puesto en el tronco de un árbol, cuando no se iban con flechas de hule en busca de los pajaritos alegres inofensivos para perseguirlos y matarlos. ahora qué harían!
Ya ha días no se hablaba de partidos entre ellos. Ah. los partidos. de veras. Yo soy blanco. gritó uno. Yo tricolor! yo! yo! yo. siguieron otros, sacando de los bolsillos retratos, cintas, y botones. Todo estaba muy sucio, por cierto, y se lo pusieron en las pecheras. Al instante, aquellas jóvenes almitas, que poco antes uniera el juego tan alegremente, se separaron por la política. Unos se colocaron la derecha del pozo, otros a la izquierda; todos se sentaron sobre el pasto que ya empezaba verdear.
Uno de los niñitos del partido blanco pidió la palabra y se encaramó en el brocal del pozo tapado. Se quitó el sombrero y comenzó un discurso. Su voz gritona, sus gestos exagerados, toda su actitud era francamente ridícula.
Me acerqué oirlos, porque son muy curiosos estos procederes de los niños.
El orador minúsculo no tenía edad para reflexionar por su cuenta y sólo repetía las mismas frases que escuchara los propagandistas adultos en los domingos anteriores. Al concluir, como los grandes lo hacían, vivó a su partido y su candidato. El bando suyo lo acompañó en los vivas.
Después subió a la tribuna libre un niño del partido tricolor, muy mal vestido, descalzo, de camisa. Se quitó el viejo vicuña, se arremangó los pantalones, tosió un poco y comenzó hablar. Este tomó más en serio que el precedente su actitud de orador público, parecía más entusiasta por su causa. Daba pena oir cuántas cosas graves y duras salían de aquella boquita joven. El partido blanco lo interrumpió a menudo con vivas, mueras, protestas y rechiflas Esto enfureció más al orador minúsculo, se puso tembloroso, gesticuló y grito de tal modo que yo temía que se cayera de la tribuna. Su voz, última hora, se enronqueció tanto que ya no se le oía.
Sucesivamente hablaron otros de ambos partidos y la división que se marcó entre aquel ramillete de corazones niños fué tan honda, que a 1225

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