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última hora sólo se escuchaba el disparo mutuo de los insultos más atroces.
Las gentes mayores, desde sus casas, miraban impasibles y risueñas aquella escena penosa. Allí gozaban los niños de una gran libertad, nadie los vigilaba como los grandes.
Uno de los mayorcitos del bando blanco avanzó hacia uno muy insolente del tricolor, lo agarró por el pescuezo y comenzó puñetearlo por la cabeza y la espalda. El tricolor era más niño y más débil, no se defendió por el momento. En seguida se apartó, con disimulo recogió una piedra y, ciego de ira, la disparó sobre su agresor, se la midió fuerte en el estómago y echó correr pálido y jadeante. El golpeado sintió terribles dolores, se quejó, con la cara descompuesta, y se echó de bruces sobre el zacate sobarse el vientre. Todos los compañeños se miraban sorprendidos y en silencio; al instante olvidaron los rencores políticos y atendieron a su amigo lastimado. Después lamentaban lo ocurrido.
Así, borrascosamente, concluyó aquella tarde la reunión de los chicos de la aldea.
Qué contraste con la entretención de la tarde anterior! Entonces sí hubo paz, cariño, todo concluyó bien. Entonces jugaron con las pompitas de jabón. En el mismo brocal del pozo uno se levantó con un carrizo en la boca y una tacita de jabón diluído en la mano. Desde allí comenzó soplar por el carrizo húmedo y salían unas pompitas de jabón muy graciosas, que les divirtió muchísimo. Salían grandes y chicas; unas se alzaban gran altura y en medio de risas y exclamaciones de alegría, las iban siguiendo con los ojos; otras no querían subir y ellos, con los sombreros, movían el aire para que las empujara. Todas reflejaban el iris y muchas venían romperse en las caritas de los niños que dulcemente miraban para el cielo. Aquello sí fué encantador. Pero ahora. ahora las cosas habían cambiado!
Cuántos chicos harían lo mismo en otras aldeas del país! Los niños remedan las costumbres que observan en los adultos.
La única educación posible es la del ejemplo y si éste no es bueno, allí van estrellarse todos los preceptos del moralismo dogmático. Pobres niños! También vosotros permitís que se anide en vuestros pechos la serpiente dañina de la política! Si supierais que su ponzoña se clava muy hondo y lo envenena todo con intensidad. No tenéis la culpa, niños desgraciados! No tenéis la culpa de este mal, flores de bondad. El origen del mal está en el medio, en el hogar inculto de donde sale la emanación de perversidad que poco poco va corrompiendo vuestras almas niñas.
Amigos, no quisiera que los niños en lo sucesivo fueran más víctimas de esa enfermedad infecciosa que se llama la política, y que pasa, como un demonio, por todos los hogares, clavando espinas de encono hasta en los corazones más sencillos. Hay que dulcificar y civilizar esta humanidad nueva fin de que sea menos cruel y egoista. Hasta ahora la obra moral de la escuela ha sido nula. Hagamos nosotros esta obra y llenemos este horrible vacío. Es preciso que formemos en las tardes círculos de niños, que tengan salones para leer en conjunto para divertirse cultamente, de niños que jueguen al aire libre, que cultiven en un campito especial flores y otras plantas; de niños que en las horas de ocio se dediquen los trabajos manuales, al dibujo, a la música, al arte.
Aquí señalo una tarea honrosa y necesaria que cumplir.
FALK 1226
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