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Paris al vuelo La ejecución en Orleans de un asesino ha dado origen una experiencia no muy conocida del público profano. El asesino murió con una sangre fría asombrosa, dígase, embotamiento de la sensibilidad. Se vistió tranquilamente, se retorció el bigote y con paso firme se dirigió al cadalso. Se echó al coleto un vaso de coñac, brindó por la salud de los presentes, lamentando no poder hacerlo por la propia.
Qué pálidos estáis. Diríase que tenéis miedo, dijo a los circunstantes.
La muchedumbre gritaba furiosa. muerte, muerte!
El reo fingia no oirla.
Al despuntar del alba, sale de la prisión, camino de la guillotina. Varios soldados que le escoltan se sienten mal. La emoción dió en tierra con ellos. muerte, muerte. Vuelve aullar la multitud.
Esta vez el condenado la oye y contesta. Ah, canallas aldeanos! Los ayudantes del verdugo le empujan sobre la báscula. Adiós vida, adiós vida gritaba el reo. Se oye un ruido seco. La cuchilla baja. Una cabeza cae arrojando chorros de sangre. Justice est faite.
Un médico del hospicio coge la cabeza entre sus manos. Languille. así se llamaba el criminal. Languille. le grita. Los párpados se abren y los ojos aún vivos se fijan largamente en los del médico. Languille. Languille. repite por la segunda vez el médico.
Los párpados se abren de nuevo y los ojos vuelven clavarse en los del médico. Este renueva el experimento. Languille. Languille! Esta vez los párpados no se abren. Se han cerrado para siempre.
El fenómeno, aunque sorprendente, no es nuevo. Recuerdo haber leído que la cabeza de Carlota Corday, sometida al mismo experimento, abrió los ojos una vez.
El ejecutado pasa bruscamente, en plena salud, de la vida a la muerte. El sonido de la voz del médico ha producido en la cabeza un fenómeno reflejo sobre los nervios del aparato visual. Los tejidos no han muerto del todo, como sucede cuando se muere poco a poco por enfermedad.
En la Torre de Neuilly he visto cinematográficamente la ejecución de Languille, que da la sensación de la realidad. Se le ve salir de la prisión y caer sobre la báscula; se le ve en el momento en que la guillotina le descabeza.
Con qué facilidad destruye el hombre, en un minuto, lo que la naturaleza ha tardado años en construir!
FRAY CANDIL París, 1905 1230
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