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EL ROSAL DEL TIO ABELARDO El primoroso pabellón eleva sus lujosas habitaciones en el extremo del jardín, endonde aparece medio velado por la vegetación que lo e1lvuelve acariciándolo con sus numerosas ramas.
La luna cuela su medrosa luz por entre las corpulentas damas, y no aparece el pabellón sino como un manchón gris coronado de picas.
En uno de los costados, cuando el viento sopla y el ramaje se aparta, se ve una ancha ventana de la cual escapa un rayo de luz, que, peleando con la oscuridad, titila entre la enramada.
El perfume es delicioso: la lluvia regó la tierra, reverdeció las plantas y desapareció filtrándose en el suelo: cambió su celeste palacio por una negra habitación en las capas terrestres. intervalos se oye, con el zumbón del viento, como una lluvia de guijarros que aporrean el suelo: son las gotitas de agua que se quedaron temblando en la extremidad de las hojas, y tiritando, al fin rodaron sobre el menudo zacate.
Una alta verja de hierro formada de lanzas y rosetones de hierro envueltos en torzales de enredaderas cuajadas de azuladas campanillas y otras florecitas, rodea el jardín.
No era aún tan adelantada la hora que tuviese que marcharse en seguida. Pero entre tanto pensaba. Si llego temprano, espero; si tarde, espero; y por fin, de tanto esperar, desespero. Mas es tan linda, me quiere tanto, que bien vale el trabajo que uno se toma por ella. Qué aventuras estas mías: son mis sueños de romántico!
Un ruído de pasos resonó en la umbría No podía ser otro que Abelardo, el tío Abelardo quien desde antaño servía en la casa y que no se echaba en su cama antes de darse una vuelta por el parqu para ver el par de picloncitos Con cauteloso paso se acercó al desconocido, que, sentado en un poyo, monologaba a la vez que tenía clavada la vista en la iluminada ventana. Don Jorge, es usted. Sí, soy yo, que como siempre me paso la vida esperando.
Sí, desde que amo espero. Probablemente moriré ya sin esperanza por ha bérmela gastado toda en el trascurso de mi vida.
Calle calle doña Antonia mata el tiempo allí, enfrente, con la niña. Ahora, hablando quedo. por qué se queja tanto? Bien dicen que cuanto más se tiene tanto más se quiere. Ojalá estuviésemos todos tan mimados de la señora Fortuna como su excelencia. Puede que sea de la suerte, mas no de la dicha, como dijeron. Oh. De las dos tiene y le sobra. Sin embargo se queja.
Un mocito de diez y nueve años al que apenas apuntan pelos de barba; con una envidiable fortuna, inteligente y con esa cara. Lo que quiera, tío Abelardo. Pero qué sacamos con todo eso si no le ama uno la chica de sus ensueños. Vamos, vamos, que es descontenta dizo el señorito. La niña, la niña de sus ensueños está que se muere por él.
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