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no me concede lo que la pido, agregó Jorge mascullándose las palabras.
El viejo, sin interrumpirse, siguió. Sólo la madre. Pero como triunfará de ella también, porque yo lo sé.
Luego, don Jorge, V. para llenar su corazón, le cuesta saltar la verja del jardín, que hasta yo y mi perro le queremos. Después, dos minutos, y la señorita con Sí, conmigo: y acaso nos deja solos. Bal! Pues no había más sino dejarlos solas. Los dos son muy jóvenes; los dos quiero bien. Estando en autos, oliscando las cosas. Escrupulillos de conciencia, porque no vaya a suceder que se echen en brazos del cariño y resulte un lío tamaño, así. En fin, que el amor que camina pasos de gigante en la llanura, ni que satisfacción habría de darles, cuando más bien el hombre persigue siempre con ahinco aquello que le hace vaya.
Oh, desconfía! Tiene razón, pensaba; pero por más listo que andes he de burlar tu vigilancia. qué se ha de ser! Perro viejo conoce al amo y no desampara la casa.
Nos dejará solos, hoy, Abelardo; un momento, un segundo?
Su presencia turba nuestras almas.
Allá lo veremos.
El palique hubiera continuado suplicante, cuando un ligero rose de faldas y un rumor de pasos y de respiración fatigosa, dicen Jorge: tu amada está allí. Lástima que no puedan casarse esos chicos! exclamó el viejo la vez que se disparaba tras el rosal.
Era aquel un rosal al que habían dado tanto mimo que se engalló pronto, muy vestido de follaje, y regaló al jardinero con las más galanas y fragantes rosas de todo el plantio. Hacíale de espaldar un verdoso asiento de piedra labrada, colocado la orilla de la pedriza.
Sacó el tío Abelardo su enorme pipa, encendiola y sin cuidarse de la húmeda verdina del poético escaño, se sentó en el acariciándose la barba y enfilando ojeadas de lince a través del boscajillo. Jorge, cómo estás. Ya me ves, ansiándote siempre, como que sin tí no es vida la que tengo. Supongo habrás va rezado con tu mamá y no será ese el pretexto de hoy para que me plantes en medio jardín con la tristeza en el alma. Hoy hemos rezado temprano, en la iglesia. no te ocupaste en avisarme?
Cómo había de hacerlo, si fué una repentina disposición de mamá. Pero no murmures. No te reconvengo, pues. Cuánto te amo! yo que hago por tí lo que nunca había imaginado. Bajar aquí buscarte al jardín! Verdaderamente no me conozco. Si mamá lo supiese. No quiero ni pensarlo, me voy ya. Ay, no! No te vayas: apenas si has llegado.
La niña, tiempo que Jorge la asía por aquella delicada cinturita y la atraía hacia sí, continuo: Pero mamá se tiene la culpa con sus ridiculeces. De otro modo ella sería mi amiga; nada se le ocultaría.
Acércata, bien mío, sentémonos aquí. Dame ahora un beso, uno solo.
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